domingo, 24 de diciembre de 2017

LA PESADÍSIMA Y LARGA CRUZ

Por Federico Tatter #relatosbreves #memorianotecalles

Confieso que no pedí verlos. Sólo se me permitió ver esos vergonzantes papelitos amarillos. Escondidos. Húmedos como ideal almuerzo de hongos y ácaros. Originalmente destinados a ser quemados o desaparecidos. No supe en ese momento que varias almas no dormían esperando el momento de quemarlos, hacerlos desaparecer, deseando que los mismos nunca hubieran existido como posible evidencia.
Pero en el transcurrir cansino de una transición sin cambios, la orden explícita del destino final de los mismos no llegó. En realidad, sin saber mucho qué hacer con ellos, la diligente bibliotecaria los ordenó conforme a su buen saber y entender. Para que no estuvieran en molestas cajas al caminar. Y como estuvo bajo su órbita de responsabilidad, como un fardo indeseable, hizo lo que sabía: Un listado lineal. De todas formas a ese lugar no llegaba casi nadie, y como numeraria, fue entrenada para hacer algo con aquello que le entregaban. En este caso hablamos sólo de un pequeño fragmento de uno de los capítulos, al que la diligente indicializó como “Iglesias 173”.
La comunicación número 112/78 del 25 de julio de 1978 fechada en Asunción, y dirigida al embajador de la dictadura ante la Santa Sede, en el Vaticano, llevaba consigo varias preocupaciones.
En su numeral 3, Manfredo apuntó: “… Una cosa resulta muy clara, el Arzobispo Rolón (Ismael) es un hombre eminentemente opositor y resulta muy difícil esperar de él algún gesto positivo … en relación al oficio religioso él está empeñado en pronunciar una homilía y yo personalmente le manifesté que cualquier cosa que dijese tendría que procurar ajustarse a una expresión de religiosidad...”.
Con éste temperamento, Manfredo confesaba sus preocupaciones a Livieres Argaña, su inefable dúo de presión sobre el Vaticano, la Nunciatura y la CEP, para evitar que la iglesia católica paraguaya, se expresara sobre los derechos humanos, la dictadura, la situación de los presos políticos, y el status quo del Campo de Concentración de Emboscada, en eso días aún en en funciones. La comunidad internacional estaba alerta ante los miles de presos políticos sin juicio, sin debido proceso, sin imparcialidad, y bajo leyes liberticidas como el estado de sitio permanente (Artículo 79), junto a las 294 y 209.
Finalmente, Manfredo Ramírez Russo, el “Torquemada” del Paraguay, en el numeral 8 de la misma comunicación vuelve a cargar tinta sobre el molesto Ismael Rolon, acerca de las gestiones del Arzobispado sobre el mejoramiento de la situación por la progresiva puesta en libertad de los detenidos en Emboscada a mediados de 1978: “...cualquier mejoría, de las muchas que se han producido, las quiere atribuir a su propia gestión. Entre tanto, todos los defectos se los carga al gobierno. Una vez más si este hombre no cambia creo que su presencia al frente del Arzobispado va a ser una pesada y larga cruz que por respeto a la iglesia debemos soportar...”.
Una vez caída la dictadura, al Arzobispo Emérito Ismael Rolón, desde su oasis, le faltaron los días de su vida para recibir diariamente muestras de afecto y admiración por su coraje cívico. A Livieres Argaña lo tragó la burocracia y su silencio lo ayudó a permanecer invisible. Al “Torquemada” Ramírez Russo, aunque no le tocó pisar tribunales por tanto daño, no pudo cubrirse del escarnio público por más títulos y membresías a asociaciones académicas bajo las que intentó escudarse. El estudiantado paraguayo, que lo soportó como profesor, en su doble y encubierta vida, finalmente lo señaló como integrante necesario del terrorismo de estado imperante entre 1954-1989. Y durante la transición conservadora con impunidad que la heredó, hasta nuestros días, le hizo cargar unos pasos, por lo menos, una otra pesada y larga cruz: la de ser un agente represor e inquisidor del stronismo.

Federico Tatter.
10 de diciembre de 2017.

Corregido por Eugenia de Amoriza.

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