sábado, 17 de enero de 2009

GRITO DE PACIFISTAS EN SDEROT, ISRAEL


El grito de los pacifistas se oye en Sderot, Isarel

Por Ben Lynfield. De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
ARGENTINA.
Considerando que la gente en y alrededor de la ciudad israelí de Sderot ha estado bajo ataques diarios de cohetes de Hamas durante gran parte de los últimos 20 días, uno podría pensar que apoyarían unánimemente la ofensiva en Gaza. Pero en medio del abrumador apoyo a la guerra, se escuchan solitarias voces de disidencia entre los residentes de la frontera de Gaza. Uri Dan, un coordinador de seguridad para Nir Oz, un kibutz que queda a sólo cinco kilómetros de Gaza, es uno de los pocos pero valientes residentes israelíes que dicen que quieren ver la guerra de Israel en Gaza finalizada.
“En Sderot y en el área alrededor de Gaza, el sufrimiento por los cohetes es grande pero no tiene ninguna proporción con lo que les está pasado a los palestinos”, dijo. “Vivimos al lado de los palestinos y tendremos que seguir viviendo con ellos. Uno debiera vivir con un par humano como un vecino, no como un lobo.” Las críticas a la ofensiva militar de Israel en Gaza por imponer una cuota muy abrumadora de muertos civiles palestinos tiene una resonancia añadida cuando proviene de residentes del sur de Israel en cuyo nombre se está librando esta guerra.
Generalmente, la gente israelí está abrumadoramente a favor de la invasión. Pero lo que les falta en número, apoyo público y cobertura de los medios a los disidentes, lo compensan en valentía y una visión de un futuro más pacífico con los palestinos. Dan, de 64 años, un veterano de las guerras de 1967 y 1973, cree que Hamas causó el conflicto y que la decisión de responder militarmente a los cohetes estaba justificada. Pero dice que la escala y el daño a los civiles ha “creado un odio hacia nosotros durante los próximos 20 años entre los niños de Gaza”.
Está haciendo circular una carta en su kibutz y en los kibutz vecinos declarando apoyo a “cualquier paso” que alivie el sufrimiento de la gente de Gaza. Ahora está llamando a un inmediato cese del fuego. “Debemos parar. Es totalmente claro quién ganó y quién perdió esta guerra, pero aparentemente eso no es suficiente para mucha gente.”
En Sderot, para Naomika Zion, una líder del ahora disuelto grupo de diálogo con los residente de Gaza, la guerra ha sido desgarradora, entre estar bajo los ataques de cohetes, conociendo a familiares de soldados enviados a Gaza y preocupándose por los amigos palestinos en la Franja. “Estoy en una tormenta emocional”, dijo. Quizás el momento más tremendo para ella fue cuando recibió una correo electrónico de una niña palestina de nueve años, diciendo: “Ayúdennos, no entienden que también somos seres humanos”.
Zion se opuso a la guerra desde el comienzo. Cree que fue Israel el que rompió el cese del fuego con un ataque del ejército a Gaza el 4 de noviembre. Esta semana escribió un artículo en el popular sitio web Y-net, titulado “No en mi nombre”, afirmando que los israelíes han perdido su habilidad para ver el otro lado y sentir empatía, y que el público militarista “monolítico” y el discurso de los medios es una amenaza mayor al país que los cohetes Qassan. “Fue duro escribir esto, pero estoy lista para pagar el precio del aislamiento social, pero no el temor. Me imagino que la mayoría de la gente piensa que soy una traidora”, dijo.

Operación Plomo Impune

Eduardo Galeano. Publicado en Brecha. Uruguay. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos. Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones, en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.
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Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.
Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.
Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.
No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.
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Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.
¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con eta, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar al ira. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?
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El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.
Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.
Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
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La llamada comunidad internacional, ¿existe?
¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que Estados Unidos se pone cuando hace teatro?
Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas rinden tributo a la sagrada impunidad.
Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.
La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima, mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.
(Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.).

La foto es de la agencia AFP, publicada por la Agencia BBC de Londres. En momento preciso de una bomba racimo cayendo sobre la población civil en Gaza, Palestina.

martes, 13 de enero de 2009

LAS 10 CRIMINALES MULTINACIONALES DEL 2008

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Comparto esta breve nota publicada en el portal de la Agencia Adital que refiere a un informe sobre las diez peores multinacionales galardonadas en el 2008 por el Observatorio de las Multinacionales (multinational monitor organization), que designa un valor negativo a las peores acciones de estos conglomerados, que a su vez gastan miles de millones en campañas publicitarias adjudicándose altos estandares de responsabilidad social, compromiso ético, respeto medioambientel, etcétera, etcétera.

No son las únicas y este listado sólo proviene de una entidad calificadora, pero es un buen comienzo, para mirar mejor a los dueños reales del mundo, que sin lugar a dudas, están por encima de gobiernos, parlamentos, tribunales y estados completos, más allá de toda ley. De hecho, ellos son la ley, para ellos trabajan quienes en confección de leyes también trabajan. Arman invasiones militares y de inteligencia, y resuelven también dejar de invadir cuando no hay rentabilidad en las mismas. Por sus expectativas de ganancias, sencillamente baila el mundo, y muchos políticos o profesionales babean ser tenidos en cuenta por éstas, y por ellas matarían, entregarían su familia, sus ideales, en fin, dejarían todo. Hay excepciones, pero éstas son escasísimas. Las perpetradoras dueñas del mundo.


Organización divulga lista de las 10 peores transnacionales de 2008

Agencia Adital. El Observatorio de las Multinacionales divulgó la lista de las diez peores corporaciones transnacionales de 2008. En la lista hay desde empresas financieras y petroleras hasta las industrias de los sectores alimenticio y farmacéutico. En orden alfabético, se destacan: AIG, Cargill, Chevron, Constellation Energy, CNPC, Dole, General Eletric, Imparial Sugar, Philip Morris International, Roche.

La entidad que monitorea las actividades de las multinacionales afirma que, si tuviera que elegir a una empresa como responsable de la crisis financiera actual, elegiría al American International Group (AIG), que ya absorbió más de 150.000 millones de dólares en ayudas pagadas con dinero de todos los contribuyentes.

La lista denuncia los lucros exorbitantes obtenidos por la Cargill con la crisis en los precios de los alimentos en finales del 2007 y comienzos del 2008, cuando varios países y consumidores pobres quedaron a merced del mercado mundial y de los gigantes corporativos que dominan el sector de los alimentos. El lucro de la empresa llegó a 1.000 millones de dólares en el segundo cuatrimestre de 2008.

El caso de la empresa Chevron también es citado por el Observatorio. En 2001, la empresa compró la Texaco, sin embargo, no estaba dispuesta a arcar con la responsabilidad de la Texaco por sus violaciones de los derechos humanos y del medio ambiente. La Chevron consiguió que los tribunales estadounidenses rechazaran el proceso, iniciado en 1993, contra la Texaco, por violaciones de los derechos de indígenas ecuatorianos.

Actualmente, el caso está siendo juzgado en Ecuador y puede determinar que la empresa pague más de 7.000 millones de dólares en indemnizaciones. En el caso que sea confirmada esa sentencia, la compañía transnacional ya articula una negociación para que la Cámara de Comercio Estadounidense imponga sanciones comerciales a Ecuador si el gobierno ecuatoriano no archiva el caso.

La refinería de azúcar Imperial Sugar, ubicada en Port Wentworth, Georgia, también está en la lista. El motivo: una explosión que provocó la muerte de 14 personas y quemaduras a decenas de trabajadores. La explosión fue provocada por negligencia de la empresa por no limpiar la acumulación de polvo procedente del azúcar el cual se volvió altamente inflamable.

La empresa farmacéutica Roche, de Suiza, es denunciada en relación con los medicamentos para tratar el HIV. Según el Observatorio, la Roche recibió en 2007, 266 millones de dólares por el medicamento Fuzeon. La empresa cobra a los estados 25 mil dólares por año para proporcionarles el medicamento y no ofrece ningún descuento a los países en desarrollo.

Para obtener más detalles sobre las empresas citadas arriba y las otras que están en la lista, entre aquí: http://www.multinationalmonitor.org/mm2008/112008/weissman.html

Traducción: Daniel Barrantes - barrantes.daniel@gmail.com

Foto: Pozos petrolíferos de Texaco en la Amazonia.

lunes, 12 de enero de 2009

CRISIS: KARL MARX, CONTRAATACA


Foto: Carlos Marx, 1839. Dibujo. Fuente: Nodo50.org

KARL MARX, CONTRAATACA

Lucien Sève*. Publicado en Le Monde Diplomatique. Edición Peruana. Diciembre de 2008.
Despreciados por los partidos socialistas europeos como “simplismos prehistóricos” con los que es necesario romper con urgencia, desacreditados en las universidades donde por mucho tiempo fueron enseñados como una base del análisis económico, los trabajos de Karl Marx despiertan nuevamente interés. ¿Acaso el filósofo alemán no disecó la mecánica del capitalismo cuyos sobresaltos desorientan a los expertos? Mientras que los ilusionistas pretenden “moralizar” las finanzas, Marx se empeñó en dejar al desnudo las relaciones sociales.
Casi habían logrado convencernos de ello: la historia había terminado; el capitalismo, para satisfacción de todos, constituía la forma definitiva de la organización social; la “victoria ideológica de la derecha”, a fe del primer ministro francés, se había consumado; sólo algunos incurables soñadores conservaban la ilusión de algún otro futuro.
El fabuloso sismo financiero de octubre de 2008 acabó de golpe con esta construcción mental. En Londres, The Daily Telegraph escribía: “El 13 de octubre de 2008 quedará en la historia como el día en que el sistema capitalista británico reconoció su fracaso” (1). En Wall Street, Nueva York, algunos manifestantes agitaban pancartas: “¡Marx tenía razón!”. En Frankfurt, un editor anunciaba que su venta de El Capital se había triplicado. En París, una conocida revista, en un documento de treinta páginas, analizaba, a propósito de aquello que consideraban definitivamente muerto, “las razones de un renacimiento” (2). La historia recomienza...
Al ahondar en Marx, no pocas cosas se descubren. Líneas escritas hace un siglo y medio parecen hablar de nosotros con una agudeza asombrosa. Ejemplo: “Mientras la aristocracia financiera dictaba las leyes, dirigía la administración del Estado, disponía de todos los poderes constituidos, dominaba la opinión pública en los hechos y a través de la prensa, se reproducía en todas las esferas, desde los tribunales hasta el café de mala muerte, la misma prostitución, el mismo engaño descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena...” (3). Marx describía así la situación en Francia en vísperas de la revolución de 1848... Razones para soñar.
Pero más allá de los asombrosos parecidos, las diferencias de época tornan falaz cualquier transposición directa. La actualidad nuevamente flagrante de esta magistral Crítica de la economía política que sigue siendo El Capital de Marx se encuentra mucho más en el fondo.
¿Cuál es el origen de la dimensión de esta crisis? Si uno lee lo que la mayoría ha escrito al respecto, estarían en tela de juicio la volatilidad de productos financieros sofisticados, la impotencia del mercado de capitales para autorregularse, la falta de moral de los ricos... En resumen, deficiencias del único sistema que rige lo que, frente a “la economía real”, se denomina “economía virtual”, como si no hubieran evaluado cuán real ésta también era.
Sin embargo, la crisis inicial de las subprime surgió efectivamente de la creciente insolvencia de millones de hogares estadounidenses frente a su endeudamiento para acceder a la propiedad. Lo que obliga a admitir que a fin de cuentas el drama de lo “virtual” tiene sus raíces en lo “real”. Y lo “real”, en este caso, es el conjunto mundializado de poderes adquisitivos de los sectores populares. Bajo el estallido de la burbuja especulativa formada por el inflamiento de las finanzas, existe la apropiación generalizada por parte del capital de la riqueza creada por el trabajo, y bajo esta distorsión donde la parte correspondiente a los salarios bajó más de diez puntos, una caída colosal, existe un cuarto de siglo de austeridad para los trabajadores en nombre del dogma neoliberal.
Una moralización imposible
¿Ausencia de regulación financiera, de responsabilidad de gestión, de moral bursátil? Desde luego. Pero reflexionar sin tabúes obliga a ir mucho más lejos: a cuestionar el dogma celosamente guardado de un sistema en sí mismo fuera de toda sospecha, a meditar esta razón última de las cosas que Marx denominaba “ley general de la acumulación capitalista”. Allí donde las condiciones sociales de la producción son propiedad privada de la clase capitalista, demostraba, “todos los medios para desarrollar la producción se transforman en medios de dominación y explotación del productor”, víctima de la apropiación de riqueza por parte de los tenedores de capitales, acumulación que se retroalimenta y tiende pues a enloquecer. “La acumulación de riquezas en un polo” tiene como contrapartida necesaria una “acumulación proporcional de miseria” en el otro polo, de donde renacen inexorablemente las causas de crisis comerciales y bancarias violentas (4). Efectivamente, se trata aquí de nosotros.
La crisis estalló en la esfera del crédito, pero su potencia devastadora se originó en la de la producción, con la distribución cada vez más desigual del valor agregado entre trabajo y capital, maremoto que un sindicalismo de aguas bajas no pudo impedir y que acompañó incluso una izquierda socialdemócrata donde se trata a Marx como a un perro muerto. Se concibe entonces lo que pueden ser las soluciones a la crisis –“moralización” del capital, “regulación” de las finanzas– pregonadas por políticos, gestores, ideólogos que hasta ayer fustigaban la menor sospecha sobre la pertinencia del todo-liberal.
¿“Moralización” del capital? Consigna que merece un premio al humor negro. Si existe en efecto un orden de consideraciones que volatiliza todo régimen de sacrosanta libre competencia, es sin duda la consideración moral: la eficacia cínica siempre se impone, tan ciertamente como la mala moneda desplaza a la buena. La preocupación “ética” es publicitaria. Marx resolvía la cuestión en algunas líneas de su prefacio a El Capital: “No pinto color de rosa las figuras del capitalista y el terrateniente”, pero “mi punto de vista según el cual considero un proceso de historia natural el desarrollo de la sociedad como formación económica, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las que sigue siendo socialmente un producto...” (5). Por lo tanto, no bastará seguramente con distribuir algunas llanas para “refundar” un sistema donde la ganancia sigue siendo el único criterio.
No significa que haya que ser indiferente al aspecto moral de las cosas. Por el contrario. Pero, abordado seriamente, el problema es de un orden diferente a la delincuencia de patrones canallas, la inconsciencia de comerciantes enloquecidos o incluso la indecencia de indemnizaciones millonarias. Lo que el capitalismo tiene de indefendible desde este punto de vista, más allá de todo comportamiento individual, es su principio mismo: la actividad humana que crea las riquezas tiene el estatuto de mercadería, y es tratada pues no como un fin en sí mismo, sino como un simple medio. No es necesario haber leído a Kant para descubrir allí la fuente permanente de amoralidad del sistema.
Ingenuidad o hipocresía
Si realmente se quiere moralizar la vida económica, debe atacarse aquello que la desmoraliza. Algo que pasa desde luego –agradable redescubrimiento de muchos liberales– por el restablecimiento de regulaciones estatales. Pero apoyarse con ese fin en el Estado sarkozysta del escudo fiscal para los ricos y la privatización del Correo supera los límites de la ingenuidad, o de la hipocresía. Desde el momento en que se pretende enfrentar la cuestión de la regulación, resulta imperioso volver a las relaciones sociales fundamentales, y aquí, nuevamente, Marx nos ofrece un análisis de ineludible actualidad: el de la alienación.
En su primera acepción, elaborada en textos célebres de su juventud (6), el concepto designa esta maldición que obliga al asalariado del capital a sólo producir riqueza para otro produciendo su propia pobreza material y moral: debe perder su vida para ganarla. La inhumanidad multiforme de la que son masivamente víctimas los asalariados de hoy (7), desde la explosión de las patologías del trabajo hasta la de los despidos bursátiles, pasando por la de los bajos salarios, ilustra con gran crueldad la pertinencia que conserva semejante análisis.
Pero en sus trabajos de la madurez, Marx asigna a la alienación una acepción mucho más amplia aún: el capital que reproduce incesantemente la radical separación entre medios de producción y productores –las fábricas, las oficinas, los laboratorios no pertenecen a quienes allí trabajan–, sus actividades productivas y cognitivas, no colectivamente controladas desde su origen, quedan libradas a la anarquía del sistema de la competencia, donde se convierten en incontrolables procesos tecnológicos, económicos, políticos, ideológicos, gigantescas fuerzas ciegas que las subyugan y las aplastan.
Los hombres no hacen su historia, es su historia la que los hace. La crisis financiera ilustra de manera terrorífica esa alienación, tal como lo hacen la crisis ecológica y lo que hay que llamar la crisis antropológica, la de las vidas humanas: nadie quiso esas crisis, pero todo el mundo las padece.
Es de este “despojo general” llevado al extremo por el capitalismo que resurgen incoerciblemente las ruinosas ausencias de regulación concertada. Por eso quien se jacta de “regular el capitalismo” es seguramente un político charlatán. Regular verdaderamente exigirá mucho más que la intervención estatal, por muy necesaria que pueda ser, ya que ¿quién regulará el Estado? Es necesaria la recuperación de los medios de producción por parte de los productores materiales/intelectuales finalmente reconocidos por lo que son, y que no son los accionistas: los creadores de la riqueza social, teniendo como tales un irrecusable derecho a participar en las decisiones de gestión donde se decide su vida misma.
Frente a un sistema cuya flagrante incapacidad de regularse nos cuesta un precio exorbitante, es necesario, siguiendo a Marx, superar inmediatamente el capitalismo, largo camino hacia otra organización social donde los seres humanos, en nuevas formas de asociación, controlarán juntos sus potencias sociales enloquecidas. Todo lo demás es engaño, por ende trágica desilusión prometida.
Suele decirse que Marx, bueno para la crítica, carecería de credibilidad en cuanto a las soluciones, ya que su comunismo, “probado” en el Este, habría fracasado rotundamente. Como si el extinto socialismo estalinista-brezhnevista hubiera tenido algo realmente en común con el enfoque comunista de Marx, cuyo verdadero sentido además casi nadie busca recuperar, en las antípodas de lo que la opinión general engloba bajo la palabra “comunismo”. De hecho, lo que podrá ser, en el sentido auténticamente marxista, la “superación” del capitalismo en el siglo XXI (8), es algo muy distinto de lo que se esboza bajo nuestros ojos.
Pero aquí nos detienen: desear otra sociedad sería una mortífera utopía, ya que no cambia al hombre. Y el pensamiento liberal sabe lo que es “el hombre”: un animal que debe esencialmente lo que es no al mundo humano sino a sus genes, un calculador impulsado por su mero interés individual –Homo economicus–, con el cual sólo es posible pues una sociedad de propietarios privados en competencia “libre y no desvirtuada”.
Un doble fracaso
Ahora bien, este pensamiento también fracasó. Bajo la estrepitosa debacle del liberalismo práctico se consuma con menor ruido el fracaso del liberalismo teórico y su Homo economicus (9). Doble fracaso. Primero científico. En momentos en que la biología se desprende de un todo-genético simplista, la ingenuidad de la idea de “naturaleza humana” salta a la vista. ¿Dónde están los genes, antes anunciados con bombos y platillos, de la inteligencia, la fidelidad o la homosexualidad? ¿Qué mente cultivada puede seguir creyendo que la pedofilia, por ejemplo, sería congénita?
Y fracaso ético. Porque lo que fomenta desde hace lustros la ideología del individuo competitivo, es la pedagogía deshumanizante del “conviértase en asesino”, una liquidación programada de las solidaridades sociales no menos dramática que el deshielo de los polos, una descivilización a todo nivel por la locura del dinero fácil que debería hacer ruborizar al que se atreva a anunciar una “moralización del capitalismo”. Bajo el naufragio histórico donde se hunde y nos hunde la dictadura de las finanzas, está el del discurso liberal sobre “el hombre”.
Y esto es lo más inesperado de la actualidad de Marx. Porque este formidable crítico de la economía es también, al mismo tiempo, el impulsor de una verdadera revolución en la antropología. Dimensión increíblemente desconocida de su pensamiento que no puede exponerse en veinte líneas. Pero su sexta tesis sobre Feuerbach resume su espíritu en dos frases: “La esencia humana no es una abstracción inherente al individuo tomado aisladamente. En su realidad, es el conjunto de las relaciones sociales”. Inversamente a lo que se imagina el individualismo liberal, “el hombre” históricamente desarrollado es el mundo del hombre. En esto por ejemplo, no en el genoma, reside el lenguaje. Allí se originan nuestras funciones psíquicas superiores, tal como magníficamente lo demostró ese marxista durante mucho tiempo desconocido que fue uno de los grandes psicólogos del siglo XX: Lev Vygotski, abriendo así el camino a una visión diferente de la individualidad humana.
Sí, se puede cambiar la vida. Con la condición de transformar verdaderamente la sociedad. ♦

REFERENCIAS
(1) The Daily Telegraph, Londres, 14-10-08.
(2) Le Magazine littéraire, N° 479, octubre de 2008.
(3) Karl Marx, La lucha de clases en Francia, Prometeo, Buenos Aires, 2003.
(4) Karl Marx, El Capital, tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 1972.
(5) Ibidem.
(6) Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y Anuarios Franco-Alemanes, Crítica, Barcelona, 1978.
(7) Christophe Dejours, Travail, usure mentale, Bayard, París, 2000; “Aliénation et clinique du travail”, Actuel Marx, N° 39, “Nouvelles aliénations”, París, 2006.
(8) En Un futur présent: l’après-capitalisme (La Dispute, París, 2006), Jean Sève bosqueja un cuadro impresionante de esos esbozos de superación observable en estos dominios demasiado diversos.
(9) Véase, entre otros autores, Tony Andréani, Un être de raison. Critique de l’Homo œconomicus, Syllepse, París, 2000.

* Lucien Sève: FILÓSOFO. ACABA DE PUBLICAR EL SEGUNDO TOMO DE PENSER AVEC MARX AUJOURD’HUI, TITULADO L’HOMME?, LA DISPUTE, PARÍS.

ACERCA DE LA INDIFERENCIA Y LA ENVIDIA


Comparto esta entrevista publicada en un suplemento de un medio argentino al sociólogo Claude Giraud. Si antes no la leyeron, es interesante. Si nunca tan siquiera abordaron el tema, es buen tiempo para hacerlo, y más sencillo parece cuanto mejor analizado está, y este señor parece conocer algo de su materia. Puede ser controvertido, pero en el contraste avanza el conocimiento, incluso en aquellas materias que menos queremos abordar, y a veces, negamos de tajo. No obstante, la realidad, independiente a nuestra voluntad, sigue allí, campante.

La breve nota refiere a temas que el citado profesional aborda en mayor profundidad en varios de sus libros. Es un acercamiento al análisis de diversas conductas sociales, a veces de difícil tratamiento, y a veces, de peor comprensión y asimilación racional tanto en la actividad intelectual propiamente dicha de los y las profesionales, como en las más cotidianas y usuales reacciones humanas que en sociedad se manifiestan en forma contradictoria, a veces en forma leve o atenuada, a veces en forma brusca y hasta violenta. Las expresiones extremas de éstas son muchas veces, causa o explicación de diversas formas graves o leves de discriminación, marginación o estigmatización. Tal vez comprendiendo la indiferencia, podamos ver con otros ojos acciones cotidianas que aunque repetidas mil veces en un día, no pierden su característica. Saludos, FT.

Claude Giraud: "La envidia no es negativa porque ayuda a compensar nuestra indiferencia"

¿Estar cerca de la gente, comprometerse o mantenerse a prudencial distancia? ¿Desear e imitar conductas o armar las propias? En ese juego intermitente se define el destino de las democracias modernas.

Claudio Martyniuk. SUPLEMENTO ZONA. CLARIN. ARGENTINA. Andar por una ciudad requiere una dosis elevada de indiferencia. De otro modo brindaríamos todo, nos entregaríamos plenamente al primer chico de la calle que se nos cruce, a la primera constatación de necesidad. O al menos daríamos algo nuestro siempre, una ayuda, una mano. Pero en la ciudad aprendemos a seguir adelante, atravesando desamparos, humillaciones, dolencias, como si ellas no tuvieran capacidad de afectarnos. Ambigua indiferencia: los perseguidos, los discriminados la anhelan. Y nuestra conducta e imagen se amparan en el derecho a la indiferencia para que no nos molesten y critiquen.

A su vez, cumplir una función requiere indiferencia. ¿Qué maestro podría darse a sus alumnos hasta olvidarse de sí mismo? ¿Y qué médico soportaría sufrir con cada padecimiento de sus pacientes? ¿Acaso un juez no necesita indiferencia hacia el imputado para poder comer, reír o dormir después de sentenciar? La distancia que construye la indiferencia es perturbadora. Nos hace espectadores. Y todo, desde el arte hasta la política, se percibe como un espectáculo. A pesar de ser nuestra más extendida atmósfera, Claude Giraud constata que los sociólogos se ocuparon escasamente de la indiferencia.

Ante el espectáculo de la injusticia solemos estar dormidos. ¿Por qué no nos provoca escándalo?

Durante mucho tiempo, la indiferencia respecto de los otros era una forma de distinción; nuestra identidad se construía sobre esa indiferencia respecto de los otros, de los que no pertenecían a nuestro grupo social. Hoy la compasión se transformó en una norma, en una forma de justificación de las protestas y de las maneras de vivir con los semejantes; nuestras sociedades son más multiculturales que antes. La indiferencia respecto de los otros parece condenable, pero al mismo tiempo la racionalización de nuestras sociedades provoca una creciente indiferencia. Los jueces no tienen compasión hacia las partes, los maestros no tienen mucha compasión respecto de sus alumnos. Entonces, vivimos de manera esquizofrénica, entre la indiferencia y la compasión. Prácticamente toda nuestra vida profesional transcurre en la indiferencia. Y es una capacidad social. Y para el resto de las dimensiones, y de manera puntual, somos compasivos y, por lo tanto, también protestamos. Pero la protesta es de corta duración, como el compromiso.

En la protesta, ¿los intelectuales y los artistas cumplen una función especial? Ante la indiferencia, ¿el arte es una forma de promover la compasión? Sí. La figura del artista articula profesionalismo -y por lo tanto indiferencia- con compasión y emociones múltiples. Hay una suerte de compasión de geometría variable. Los intelectuales movilizan los sentimientos pero con una estrategia de visibilidad social.

Vamos a un museo y nuestros sentidos se abren a las obras de arte. Ya afuera nos encontramos con chicos pobres, personas sin techo, y seguimos caminando como si nada. ¿Cómo se produce esta escisión de nuestra sensibilidad? El sociólogo alemán Norbert Elias señaló que el proceso civilizatorio es un despliegue de autocontrol. Cuando me presento como un profesional, si comienzo a sentir emociones y a expresarlas muy rápidamente, sería no confiable. Por el contrario, en otras áreas, o en otras relaciones, se pueden dejar salir lágrimas para mostrar esa compasión, y esto resulta bien visto. Y eso permite advertir que uno no está solamente en el registro de la razón. La racionalidad instrumental, de todos modos, es la dominante, y ella explica la comisión de crímenes absolutos, como la Shoáh. La crítica de la razón instrumental introduce una apreciación estética de las relaciones sociales.

¿Qué valor político tiene esa perspectiva estética?

El espectador y el actor se convirtieron en dos maneras de ser en el ámbito público. Hay hipocresía social e intelectual al considerar a la gente, a los ciudadanos, a los individuos, como actores, ya que no son ni espectadores ni actores plenamente. Es una dicotomía que no da cuenta de la realidad. Las tres cuartas partes del tiempo la gente delega. Delega a los otros la manera de hacer las cosas. De alguna forma, ellos saben de qué manera se van a hacer esas cosas. Pero, en un sentido, son todos como Poncio Pilatos: se lavan las manos. Y esa delegación le transfiere la responsabilidad al otro y, al mismo tiempo, descompromete. La sociología nos habló de nuestra capacidad de ser actores y ser espectadores era considerado como lo negativo del actor. Pero hoy ya no es posible utilizar de manera homogénea la categoría de actor para dar cuenta de las situaciones sociales.

¿Por qué delegamos las tres cuartas partes de nuestra vida a otros?

Porque la delegación permite en un momento ser actor, y en otro momento ser indiferente respecto de la manera como las cosas ocurren.

¿La indiferencia sería un producto social, un efecto del funcionamiento de la sociedad?

La indiferencia fue muy poco analizada por los sociólogos. Es un tema olvidado. La cuestión es saber si la indiferencia es una producción social o es una postura diría casi natural de los individuos. La indiferencia puede ser vista como una capacidad social, fundada sobre competencias, una capacidad para poner distancia respecto de informaciones que nos perturban. Pero si yo la defino como una capacidad más que como una incapacidad, quiere decir que la considero como el producto de nuestras sociedades contemporáneas. Y por eso es que esta capacidad se analiza en términos de una competencia. La racionalización de nuestra sociedad, a partir de la Edad Media, es un proceso que apuntó a que los individuos ocupen un lugar en la división del trabajo. Y la indiferencia es un elemento funcional.

¿Por qué?

Separa, deja de lado. En un sentido, en nuestras sociedades se les permite a los individuos ser autónomos y no responsables, pudiendo adjudicar a las instituciones la responsabilidad de aquello que se ha hecho. Entonces, yo soy responsable de mi vida, pero no soy responsable de mis actos, porque esos corresponden a las instituciones a las que se les imputa, sea la escuela, la empresa, la policía, la justicia, la televisión. Y eso es muy importante, porque permite, efectivamente, no soportar el peso de todos los hechos. Por ejemplo, un comisario sabe que su acción de desalojar un inmueble va a dejar a gente en la calle, pero él también sabe que no es responsable, ya que la institución justicia se lo ordena y él no hace más que su trabajo. Pero esta lógica presenta una grave dificultad política, ya que esa obediencia fue alegada por los nazis.

¿En las sociedades contemporáneas, y sobre todo en las ciudades, hay un derecho a la indiferencia? Pienso en el derecho que puede tener, por ejemplo, una persona a no ser observada críticamente cuando en la calle toma la mano o besa a su pareja del mismo sexo.

Ese es un excelente ejemplo, porque, en definitiva, la indiferencia es la que nos permite vivir juntos. Y eso permite, de alguna manera, tener una distancia suficiente respecto de otros modos de vida. Y eso es uno de los desafíos mayores dentro de las sociedades. Hay que recordar que durante la Revolución Francesa, la indiferencia fue perseguida y no se tenía el derecho de ser indiferente respecto de la cosa pública. Y en general, en los regímenes autoritarios, la indiferencia es imposible o se convierte en algo difícil, porque la delación es la norma. Entonces, la indiferencia es la fuerza y la debilidad de la democracia. Todo depende del objeto sobre el cual se aplique. Hay algunas indiferencias que son condenables porque el objeto sobre el que se aplica exige de nuestra parte una reacción; y luego, hay indiferencias que son benéficas, porque uno no mira cómo vive el vecino que no nos mira. Pero si yo veo que golpean a alguien en la calle, la indiferencia me torna culpable.

¿Hay alguna conexión entre indiferencia y envidia?

La envidia me aproxima a los otros, porque pone a los otros bajo mi mirada, y yo me comparo con esos otros. A menudo se analiza la envidia como algo detestable; la historia de nuestra formación católica siempre se destacó por condenar la envidia, aunque no condenó la indiferencia, salvo la indiferencia frente a Dios. Pero el problema es que la envidia es un elemento de comparación respecto al otro, es una puesta en relación.

¿Qué efectos sociales produce la envidia? ¿Acaso pueden ser positivos?

La envidia es un movimiento que lleva a la democratización de las relaciones y a la igualación de los estatus. La envidia no es negativa porque compensa la indiferencia. Cuando se analizan las organizaciones y las instituciones, se encuentra en ellas un pedido contradictorio. Se les pide a sus miembros, al mismo tiempo, que sean indiferentes a ciertas informaciones y propiedades, que hagan el trabajo que corresponde, cumpliendo las reglas establecidas; y, al mismo tiempo, se les pide que se comprometan totalmente de alguna forma, y en ese compromiso, y para ese compromiso, se crean modelos de éxito social. Y esos modelos de éxito social son los que posibilitan el desarrollo de las formas de envidia. Se generan así preferencias, comparaciones y deseos. Entonces, este proceso funciona un poco como la figura del snob en la literatura de Marcel Proust, en la cual se ve muy bien que hay un imitador y una persona a imitar. Pero no se desea el objeto de esa persona; se desea el deseo de aquel al cual se imita. Entonces, en términos sociológicos, podría decirse que la envidia y la indiferencia son correlativas.

La enseñanza olvidada de Adam Smith

"Hay, efectivamente, dimensiones negativas en la envidia, reconoce Giraud. La postura, la actitud envidiosa, hace infeliz a aquel que la posee. Por otro lado, no hay que olvidar que competencia y consumo son dos aspectos de nuestras sociedades vinculados a la envidia." Giraud rescata, en este análisis, a Adam Smith, pero más que como economista como filósofo moral, "porque Adam Smith mostró, en el Tratado de los sentimientos morales, que uno no puede existir sin los otros, que son los otros los que me dan mi capacidad para vivir. Y eso es algo que se ha olvidado de su pensamiento. Es cierto que hay una parte de su obra que hace de la competencia el regulador de las relaciones sociales. Pero en el Tratado de los sentimientos morales en algún sentido cuestiona la tesis de la competencia. Me interesa también el término 'deuda' que fue objeto de apropiación de parte de los economistas y que, en el fondo, señala que es imposible un yo sin los otros. 'Tengo una deuda' significa, como se dice en el Eclesiastés, que yo recibo de los otros. Y Adam Smith nos recuerda esta dimensión esencial de la deuda, que proviene de la malla, del tejido de relaciones, de los que estuvieron, de los que están y de los que van a venir".

Señas particulares de Claude Giraud:

Nacionalidad: francés. Actividad: profesor de sociologia de la Universidad de Lille 1. Es autor de los libros "Acerca del secreto. Contribución a una sociología de la autoridad y del compromiso" (2007) y "Las lógicas sociales de la indiferencia y la envidia" (Biblos, 2008).