lunes, 12 de enero de 2009

CRISIS: KARL MARX, CONTRAATACA


Foto: Carlos Marx, 1839. Dibujo. Fuente: Nodo50.org

KARL MARX, CONTRAATACA

Lucien Sève*. Publicado en Le Monde Diplomatique. Edición Peruana. Diciembre de 2008.
Despreciados por los partidos socialistas europeos como “simplismos prehistóricos” con los que es necesario romper con urgencia, desacreditados en las universidades donde por mucho tiempo fueron enseñados como una base del análisis económico, los trabajos de Karl Marx despiertan nuevamente interés. ¿Acaso el filósofo alemán no disecó la mecánica del capitalismo cuyos sobresaltos desorientan a los expertos? Mientras que los ilusionistas pretenden “moralizar” las finanzas, Marx se empeñó en dejar al desnudo las relaciones sociales.
Casi habían logrado convencernos de ello: la historia había terminado; el capitalismo, para satisfacción de todos, constituía la forma definitiva de la organización social; la “victoria ideológica de la derecha”, a fe del primer ministro francés, se había consumado; sólo algunos incurables soñadores conservaban la ilusión de algún otro futuro.
El fabuloso sismo financiero de octubre de 2008 acabó de golpe con esta construcción mental. En Londres, The Daily Telegraph escribía: “El 13 de octubre de 2008 quedará en la historia como el día en que el sistema capitalista británico reconoció su fracaso” (1). En Wall Street, Nueva York, algunos manifestantes agitaban pancartas: “¡Marx tenía razón!”. En Frankfurt, un editor anunciaba que su venta de El Capital se había triplicado. En París, una conocida revista, en un documento de treinta páginas, analizaba, a propósito de aquello que consideraban definitivamente muerto, “las razones de un renacimiento” (2). La historia recomienza...
Al ahondar en Marx, no pocas cosas se descubren. Líneas escritas hace un siglo y medio parecen hablar de nosotros con una agudeza asombrosa. Ejemplo: “Mientras la aristocracia financiera dictaba las leyes, dirigía la administración del Estado, disponía de todos los poderes constituidos, dominaba la opinión pública en los hechos y a través de la prensa, se reproducía en todas las esferas, desde los tribunales hasta el café de mala muerte, la misma prostitución, el mismo engaño descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena...” (3). Marx describía así la situación en Francia en vísperas de la revolución de 1848... Razones para soñar.
Pero más allá de los asombrosos parecidos, las diferencias de época tornan falaz cualquier transposición directa. La actualidad nuevamente flagrante de esta magistral Crítica de la economía política que sigue siendo El Capital de Marx se encuentra mucho más en el fondo.
¿Cuál es el origen de la dimensión de esta crisis? Si uno lee lo que la mayoría ha escrito al respecto, estarían en tela de juicio la volatilidad de productos financieros sofisticados, la impotencia del mercado de capitales para autorregularse, la falta de moral de los ricos... En resumen, deficiencias del único sistema que rige lo que, frente a “la economía real”, se denomina “economía virtual”, como si no hubieran evaluado cuán real ésta también era.
Sin embargo, la crisis inicial de las subprime surgió efectivamente de la creciente insolvencia de millones de hogares estadounidenses frente a su endeudamiento para acceder a la propiedad. Lo que obliga a admitir que a fin de cuentas el drama de lo “virtual” tiene sus raíces en lo “real”. Y lo “real”, en este caso, es el conjunto mundializado de poderes adquisitivos de los sectores populares. Bajo el estallido de la burbuja especulativa formada por el inflamiento de las finanzas, existe la apropiación generalizada por parte del capital de la riqueza creada por el trabajo, y bajo esta distorsión donde la parte correspondiente a los salarios bajó más de diez puntos, una caída colosal, existe un cuarto de siglo de austeridad para los trabajadores en nombre del dogma neoliberal.
Una moralización imposible
¿Ausencia de regulación financiera, de responsabilidad de gestión, de moral bursátil? Desde luego. Pero reflexionar sin tabúes obliga a ir mucho más lejos: a cuestionar el dogma celosamente guardado de un sistema en sí mismo fuera de toda sospecha, a meditar esta razón última de las cosas que Marx denominaba “ley general de la acumulación capitalista”. Allí donde las condiciones sociales de la producción son propiedad privada de la clase capitalista, demostraba, “todos los medios para desarrollar la producción se transforman en medios de dominación y explotación del productor”, víctima de la apropiación de riqueza por parte de los tenedores de capitales, acumulación que se retroalimenta y tiende pues a enloquecer. “La acumulación de riquezas en un polo” tiene como contrapartida necesaria una “acumulación proporcional de miseria” en el otro polo, de donde renacen inexorablemente las causas de crisis comerciales y bancarias violentas (4). Efectivamente, se trata aquí de nosotros.
La crisis estalló en la esfera del crédito, pero su potencia devastadora se originó en la de la producción, con la distribución cada vez más desigual del valor agregado entre trabajo y capital, maremoto que un sindicalismo de aguas bajas no pudo impedir y que acompañó incluso una izquierda socialdemócrata donde se trata a Marx como a un perro muerto. Se concibe entonces lo que pueden ser las soluciones a la crisis –“moralización” del capital, “regulación” de las finanzas– pregonadas por políticos, gestores, ideólogos que hasta ayer fustigaban la menor sospecha sobre la pertinencia del todo-liberal.
¿“Moralización” del capital? Consigna que merece un premio al humor negro. Si existe en efecto un orden de consideraciones que volatiliza todo régimen de sacrosanta libre competencia, es sin duda la consideración moral: la eficacia cínica siempre se impone, tan ciertamente como la mala moneda desplaza a la buena. La preocupación “ética” es publicitaria. Marx resolvía la cuestión en algunas líneas de su prefacio a El Capital: “No pinto color de rosa las figuras del capitalista y el terrateniente”, pero “mi punto de vista según el cual considero un proceso de historia natural el desarrollo de la sociedad como formación económica, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las que sigue siendo socialmente un producto...” (5). Por lo tanto, no bastará seguramente con distribuir algunas llanas para “refundar” un sistema donde la ganancia sigue siendo el único criterio.
No significa que haya que ser indiferente al aspecto moral de las cosas. Por el contrario. Pero, abordado seriamente, el problema es de un orden diferente a la delincuencia de patrones canallas, la inconsciencia de comerciantes enloquecidos o incluso la indecencia de indemnizaciones millonarias. Lo que el capitalismo tiene de indefendible desde este punto de vista, más allá de todo comportamiento individual, es su principio mismo: la actividad humana que crea las riquezas tiene el estatuto de mercadería, y es tratada pues no como un fin en sí mismo, sino como un simple medio. No es necesario haber leído a Kant para descubrir allí la fuente permanente de amoralidad del sistema.
Ingenuidad o hipocresía
Si realmente se quiere moralizar la vida económica, debe atacarse aquello que la desmoraliza. Algo que pasa desde luego –agradable redescubrimiento de muchos liberales– por el restablecimiento de regulaciones estatales. Pero apoyarse con ese fin en el Estado sarkozysta del escudo fiscal para los ricos y la privatización del Correo supera los límites de la ingenuidad, o de la hipocresía. Desde el momento en que se pretende enfrentar la cuestión de la regulación, resulta imperioso volver a las relaciones sociales fundamentales, y aquí, nuevamente, Marx nos ofrece un análisis de ineludible actualidad: el de la alienación.
En su primera acepción, elaborada en textos célebres de su juventud (6), el concepto designa esta maldición que obliga al asalariado del capital a sólo producir riqueza para otro produciendo su propia pobreza material y moral: debe perder su vida para ganarla. La inhumanidad multiforme de la que son masivamente víctimas los asalariados de hoy (7), desde la explosión de las patologías del trabajo hasta la de los despidos bursátiles, pasando por la de los bajos salarios, ilustra con gran crueldad la pertinencia que conserva semejante análisis.
Pero en sus trabajos de la madurez, Marx asigna a la alienación una acepción mucho más amplia aún: el capital que reproduce incesantemente la radical separación entre medios de producción y productores –las fábricas, las oficinas, los laboratorios no pertenecen a quienes allí trabajan–, sus actividades productivas y cognitivas, no colectivamente controladas desde su origen, quedan libradas a la anarquía del sistema de la competencia, donde se convierten en incontrolables procesos tecnológicos, económicos, políticos, ideológicos, gigantescas fuerzas ciegas que las subyugan y las aplastan.
Los hombres no hacen su historia, es su historia la que los hace. La crisis financiera ilustra de manera terrorífica esa alienación, tal como lo hacen la crisis ecológica y lo que hay que llamar la crisis antropológica, la de las vidas humanas: nadie quiso esas crisis, pero todo el mundo las padece.
Es de este “despojo general” llevado al extremo por el capitalismo que resurgen incoerciblemente las ruinosas ausencias de regulación concertada. Por eso quien se jacta de “regular el capitalismo” es seguramente un político charlatán. Regular verdaderamente exigirá mucho más que la intervención estatal, por muy necesaria que pueda ser, ya que ¿quién regulará el Estado? Es necesaria la recuperación de los medios de producción por parte de los productores materiales/intelectuales finalmente reconocidos por lo que son, y que no son los accionistas: los creadores de la riqueza social, teniendo como tales un irrecusable derecho a participar en las decisiones de gestión donde se decide su vida misma.
Frente a un sistema cuya flagrante incapacidad de regularse nos cuesta un precio exorbitante, es necesario, siguiendo a Marx, superar inmediatamente el capitalismo, largo camino hacia otra organización social donde los seres humanos, en nuevas formas de asociación, controlarán juntos sus potencias sociales enloquecidas. Todo lo demás es engaño, por ende trágica desilusión prometida.
Suele decirse que Marx, bueno para la crítica, carecería de credibilidad en cuanto a las soluciones, ya que su comunismo, “probado” en el Este, habría fracasado rotundamente. Como si el extinto socialismo estalinista-brezhnevista hubiera tenido algo realmente en común con el enfoque comunista de Marx, cuyo verdadero sentido además casi nadie busca recuperar, en las antípodas de lo que la opinión general engloba bajo la palabra “comunismo”. De hecho, lo que podrá ser, en el sentido auténticamente marxista, la “superación” del capitalismo en el siglo XXI (8), es algo muy distinto de lo que se esboza bajo nuestros ojos.
Pero aquí nos detienen: desear otra sociedad sería una mortífera utopía, ya que no cambia al hombre. Y el pensamiento liberal sabe lo que es “el hombre”: un animal que debe esencialmente lo que es no al mundo humano sino a sus genes, un calculador impulsado por su mero interés individual –Homo economicus–, con el cual sólo es posible pues una sociedad de propietarios privados en competencia “libre y no desvirtuada”.
Un doble fracaso
Ahora bien, este pensamiento también fracasó. Bajo la estrepitosa debacle del liberalismo práctico se consuma con menor ruido el fracaso del liberalismo teórico y su Homo economicus (9). Doble fracaso. Primero científico. En momentos en que la biología se desprende de un todo-genético simplista, la ingenuidad de la idea de “naturaleza humana” salta a la vista. ¿Dónde están los genes, antes anunciados con bombos y platillos, de la inteligencia, la fidelidad o la homosexualidad? ¿Qué mente cultivada puede seguir creyendo que la pedofilia, por ejemplo, sería congénita?
Y fracaso ético. Porque lo que fomenta desde hace lustros la ideología del individuo competitivo, es la pedagogía deshumanizante del “conviértase en asesino”, una liquidación programada de las solidaridades sociales no menos dramática que el deshielo de los polos, una descivilización a todo nivel por la locura del dinero fácil que debería hacer ruborizar al que se atreva a anunciar una “moralización del capitalismo”. Bajo el naufragio histórico donde se hunde y nos hunde la dictadura de las finanzas, está el del discurso liberal sobre “el hombre”.
Y esto es lo más inesperado de la actualidad de Marx. Porque este formidable crítico de la economía es también, al mismo tiempo, el impulsor de una verdadera revolución en la antropología. Dimensión increíblemente desconocida de su pensamiento que no puede exponerse en veinte líneas. Pero su sexta tesis sobre Feuerbach resume su espíritu en dos frases: “La esencia humana no es una abstracción inherente al individuo tomado aisladamente. En su realidad, es el conjunto de las relaciones sociales”. Inversamente a lo que se imagina el individualismo liberal, “el hombre” históricamente desarrollado es el mundo del hombre. En esto por ejemplo, no en el genoma, reside el lenguaje. Allí se originan nuestras funciones psíquicas superiores, tal como magníficamente lo demostró ese marxista durante mucho tiempo desconocido que fue uno de los grandes psicólogos del siglo XX: Lev Vygotski, abriendo así el camino a una visión diferente de la individualidad humana.
Sí, se puede cambiar la vida. Con la condición de transformar verdaderamente la sociedad. ♦

REFERENCIAS
(1) The Daily Telegraph, Londres, 14-10-08.
(2) Le Magazine littéraire, N° 479, octubre de 2008.
(3) Karl Marx, La lucha de clases en Francia, Prometeo, Buenos Aires, 2003.
(4) Karl Marx, El Capital, tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 1972.
(5) Ibidem.
(6) Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y Anuarios Franco-Alemanes, Crítica, Barcelona, 1978.
(7) Christophe Dejours, Travail, usure mentale, Bayard, París, 2000; “Aliénation et clinique du travail”, Actuel Marx, N° 39, “Nouvelles aliénations”, París, 2006.
(8) En Un futur présent: l’après-capitalisme (La Dispute, París, 2006), Jean Sève bosqueja un cuadro impresionante de esos esbozos de superación observable en estos dominios demasiado diversos.
(9) Véase, entre otros autores, Tony Andréani, Un être de raison. Critique de l’Homo œconomicus, Syllepse, París, 2000.

* Lucien Sève: FILÓSOFO. ACABA DE PUBLICAR EL SEGUNDO TOMO DE PENSER AVEC MARX AUJOURD’HUI, TITULADO L’HOMME?, LA DISPUTE, PARÍS.

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