sábado, 30 de junio de 2007

LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA EN PARAGUAY



La democracia representativa, o lo que más se parece a ella, que fue incrustada en nuestro país a partir de un golpe de estado obtuvo sobrado respaldo de los partidos políticos que confluyeron en un gran acuerdo denominado Asamblea Constituyente de 1992, cuando éstos contaban con un respetable margen de aceptación y credibilidad.
Corrían años tiernos, de ensoñación democrática, con derechos ilimitados y deberes difusos, con oportunidades y reencuentros con gremios y asociaciones relativamente representativas y acordes a su época. Desde aquella fecha en adelante, el Paraguay y el mundo han experimentado cambios vertiginosos instalando y reposicionando más instituciones que en los anteriores cien años de su vida política y social.
Sin necesidad de citarlas extensamente una tras otra, simultáneamente y por acciones de particulares, así como de grupos de privilegio del anterior escenario dictatorial, pero también por la época y el mundo que nos rodea, éstas devienen casi en desechables por desgaste y por desuso, a una velocidad creciente y sin dejar a casi ninguna exenta de mácula o sospecha, los ejemplos paradigmáticos son algo así como el Consejo de la Magistratura, el Jurado de Enjuiciamiento de magistrados, y ahora, podemos casi extendernos hasta la Corte Suprema de Justicia, sin dejar de darnos una vueltita por el sacrosanto y sospechoso Sistema Nacional de Integridad.
La transición a la democracia, a medida que acelera su paso, parece empujarnos, al no encontrar el nuevo modelo económico productivo que la sustente en el tiempo, a una ampliada desilusión hacia todos los actores políticos, gremios de trabajadores, grupos de presión empresarial, hacia todos los partidos y organizaciones que las contienen y en forma cada vez más amplia, hacia los diferentes poderes nacionales, departamentales y municipales, y hacia el propio sistema de representación democrática.
Pero, si bien el estancamiento económico crónico de origen interno y externo tensa la cuerda de la estabilidad desplazando a mayores sectores a los márgenes -profundizando la desigualdad social, empequeñeciendo a los sectores medios-, son los profundos cambios cualitativos en las formas de generación y acumulación los que están empujando a los viejos-nuevos agentes corporativos a asumir la totalidad del poder político y económico, desvirtuando el equilibrio de poderes de la democracia formal en la que creímos ingresar, que en teoría debería mantenerse a resguardo de las diversas contiendas en la lucha por el acceso al poder.
La crisis de los partidos realmente existentes es preocupante, por el grado de dependencia de éstos respecto de grupos empresarios, muchos de ellos abusando de su posición dominante, y no pocos directamente fuera de la ley (con todas las palabras, se debe decir por éstas últimas, mafias organizadas del comercio ilícito y la falsificación), puesto que el espacio dejado por los militantes o activistas sociales, no es ocupado inmediatamente por entidades más democráticas y más estables sino, más bien, por un vacío creciente con añoranzas autoritarias y de tutelaje paternal, cuando no por formas clonadas que cultivan las artes de la simulación y el gatopardismo al servicio del más puro gansterismo nacional con sede regional.
El Estado paraguayo refundado en 1992, ha asumido como su responsabilidad el fortalecimiento de los partidos, y éstos en cambio han malgastado toda su credibilidad en luchas intestinas tras codicias personales y grupales ajenas al interés general, y mcuhos de ellos se han entregado al dinero negro. Llegando al extremo de empujar al sistema hacia su punto de quiebre o bien, en la mayoría de los casos, a entregar su idearios y organización a grupos de presión corporativa que sólo necesitaban de los mismos como trampolín hacia un control creciente de los diversos poderes del Estado.
El mandato constitucional de fortalecer los partidos políticos y todas las formas de organización, expresión y representación democrática va mucho más allá que incluirlos en el presupuesto; implica un seguimiento y cuidado muy especial: a) auditando su gestión, transparentando su financiación interna y externa; b) estableciendo padrones confiables y sistemas de elección que no atomicen sus organizaciones; c) promoviendo la creación de centros de estudios e investigación para la formación de líderes y laboratorio de propuestas y programas de superación; d) reglamentando la acción orgánica de los colegiados partidarios en función de cada uno de los espacios ocupados en la administración pública; d) garantizando el equilibrado acceso de los mismos a los medios masivos de comunicación social, etc.

La crisis económica, social y moral del Paraguay, es esencialmente una crisis de representación política, de supervivencia más allá del escenario internacional bajo el que sostuvo. El estado nacional está capturado por una elite oligárquica y hegemónica, de perfil clientelista, de esencia conservadora que debió pasar al basurero de la historia hace ya mucho tiempo. Este estado patrimonialista asfixia y engulle a la sociedad en su conjunto, impidiendo el desarrollo de nuevas formas de organización, de administración democrática y plural. Ayer el estado dictatorial martirizaba hasta dar muerte a la sociedad con instrumentos de persecución y tortura, hoy, bajo endebles preceptos constitucionales, ese mismo Estado, herido de muerte, mata a la sociedad a diario, con la corrupción, el atraso, el aislamiento, la arbitrariedad, en definitiva, con el antidesarrollo.