martes, 17 de febrero de 2009

AMERICA LATINA : FIN DE LAS OLIGARQUIAS? FIN DE LA DESIGUALDAD?


Comparto este análisis publicado en Le Monde Diplomatique, edición peruana. El tema ha sido muy debatido hasta la fecha, pero también hasta la fecha, no suficientemente debatido. Por siempre es pertinente volver a insistir, e insistir a aclarar aquello que no termina de aclararse.

Este análisis y otros, de lo único que no carecen es de neutralidad, porque precisamente se trata de encontrar las razones en nuestra historia latinoamericana en términos generales, y que sea absolutamente coherente con la historia de todos y cada uno de los países que la componen, integrando los innumerables procesos e hitos históricos que todavía están invisibles, y que precisamente por su carácter de invisible, no permite concluir acabadamente sobre nuestros procesos de derechización, nuestros procesos de democratización, nuestros procesos de izquierdización, así como los cambios, reformas, contrarreformas revoluciones, contrarrevoluciones, involuciones, estancamientos y procesos progresistas como los que parece que en términos regionales estamos hoy inmersos, y debemos saber perfectamente de qué se trata, hasta dónde y cómo podemos avanzar, qué significa avanzar desde una óptica progresista, de izquierda, inclusiva, y especialmente, cómo no naufragar en un camino, sobre todo en países como el Paraguay que nunca los ha transitado antes.

Y aunque este material, sólo muestra titulares de aquello que podría ser un avance más profundo, sería preciso asentar que si bien en diversos países latinoamericanos existieron procesos de democratización oligárquica o elitista, seguidos de procesos populistas y hasta burgueses de mayor amplitud, quebrados abruptamente por regímenes autoritarios, militares, cívico-militares de ultraderecha, de los que luego, por presión ciudadana y los derechos humanos, se abren espacios de democratización formal, en el caso del Paraguay, la continuidad oligárquica se mantiene prácticamente sin disrupciones durante todo el siglo XX. Con una breve apertura, apenas una llovizna en medio del desierto, de seis meses en 1947, nunca se ha establecido tan siquiera una opción populista, elitista que pudiera formalizar un estado cercano al de derecho, sino hasta finales del siglo y con muchas restricciones. A la hegemonía oligárquica, se sumó la presencia militar y partidaria conservadora durante toda la segunda mitad del siglo XX, que luego de un golpe militar de palacio en 1989, continúa ejerciendo el poder con algunas formalidades constitucionales epìdérmicas y garantías individuales incluidas pero con serios retrocesos conservadores que quedaron plasmados en textos constitucionales desde 1992, especialmente sobre la tenencia de la tierra.

La continuidad oligárquica y conservadora, luego de la etapa fascista de la segunda mitad del siglo XX, se adentra hasta el 2008, es sustituida en elecciones generales por escasísimo margen, y claramente mantiene fuerza y poder real de gestión aún en el 2009, con epicentros en el Parlamento y en el Poder Judicial. Por tanto, en Paraguay, cuando hablamos de intentar un camino progresista, realmente estamos hablando de un camino jamás transitado en sus doscientos años de historia independiente. Y coincidiendo con el autor, cuando hablamos de democratización no podemos referirnos a restitución de los valores democráticos, pues éstos nunca han enraizado en el Paraguay, y los guarismos negativos se mantienen hasta la fecha.

Las razones de la escasa afinidad ciudadana paraguaya con la democracia y sus valores declarados, puede estar en las entrelíneas de este artículo, pues en todo nuestro proceso pasado y reciente, sólo se ha buscado la instalar la democracia restringida y de élite como sistema de vida y valores en términos genéricos y universales, pero en realidad, desde el poder, desde la sociedad política, no se ha pasado luego de 1989, de buscar forzadamente mantener todos y cada uno de los privilegios de cuño oligárquico con ribetes populistas de derecha, con base clientelar.

Este sistema oligárquico ha funcionado por sesenta años con dictadura militar y de partido, y otros veinte años más en la transición elitista, y hoy en 2009, no termina de desmontarse. Por tanto, cualquier gestión posterior que solamente plantee la inercia como objetivo, desde todos los poderes del estado nacional, departamental, municipal, no hará más que hacer girar la rueda de la misma maquinaria autoritaria que hasta la fecha se mantiene omnipresente y no ha sido desalojada del estado paraguayo, y la resultante final de la gestión, será igualmente conservadora. Por el contrario, cualquier gestión destinada a desmontar el viejo esquema, debe inmediatamente abrir el estado a la sociedad, construir nuevamente el estado desde las demandas ciudadanas, y a imagen y semejanza de las nuevas necesidades estará realmente comenzado en el siglo XXI, tardíamente, pero empezando al fin, a construir por primera vez en la historia independiente del Paraguay, un proceso de democratización, con visión en su tradición de lucha y resistencia, con visión en las enormes deudas económicas, sociales y culturales con toda su ciudadanía sin exclusiones de ningún tipo.

En la humilde opinión de este lector, la derecha y la ultraderecha paraguayas, representadas en el partido liberal y colorado respectivamente, están imposibilitadas filosófica y estructuralmente a llevar a cabo tamaña empresa de democratización en el Paraguay. Y aún cuando las condiciones nacionales y regionales parecen propicias y casi únicas, los progresistas y las izquierdas paraguayas, con existencia real pero con aún muy débil presencia institucional, si bien cuentan con las herramientas metodológicas, aún no tienen la suficiente fuerza y presencia institucional para guiar efectivamente un proceso de cambio estructural, que se presenta como necesario paso para la construcción de un nuevo estado democrático social y de derechos en el Paraguay, con derechos humanos y justicia, con inclusión social, sin desigualdad, sin miseria, sin emigración por hambre o falta de trabajo.

Federico Tatter.

LA DEMOCRATIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA

Nicolás Lynch. Le Monde diplomatique Año II, Número 22, Febrero de 2009. El presente artículo propone una lectura distinta de la democracia en América Latina. No parte solamente de constatar la existencia de un conjunto de características en los distintos regímenes nacionales, como hacen la mayor parte de análisis políticos especialmente de origen norteamericano, sino que recurre también al proceso histórico de democratización de la región, para entender cómo se forma, social y políticamente, la vida democrática. En este empeño es que se entiende la situación actual a la luz de los diferentes momentos de democratización y cómo ellos le dan forma a la particularidad latinoamericana de democracia.

1. Democratización y presentismo

La mayor parte de los trabajos sobre la democracia en América Latina tienen un enfoque “presentista” , es decir, tratan de dar cuenta de lo que sucede con el régimen político a partir de la realidad inmediata. En los peores casos, incluso, a partir del congelamiento de determinado paradigma como ha sido el caso de la democracia elitista norteamericana y más específicamente la teoría de las transiciones a la democracia (O´Donnell y Schmitter 1986). Este enfoque no es inocente, parte de la idea de que América Latina tuvo alguna democracia en un pasado distante que fue destruida por el populismo y las dictaduras y es restaurada a partir de las transiciones. Al contrario de este planteamiento creo que hay que partir del presente pero para tomar una perspectiva histórica. Por esa razón, pienso que para explicarnos la situación democrática actual hay que analizar el proceso de democratización de la región. Es decir, la larga continuidad que va de la exclusión oligárquica a los diferentes niveles de inclusión populista, burguesa y quizás si ciudadana de hoy. Me refiero con ello al curso de la democratización a lo largo del siglo XX y a los diversos momentos en que se dieron los avances y retrocesos que configuran la realidad actual. La democratización ha sido un proceso altamente complejo que combina políticas autoritarias y democráticas y en el que es difícil distinguir a los actores sociales de los políticos por la debilidad de la organización social y por la falta de una clara división entre la sociedad y un Estado con la que esta se identifique. Esto ha causado un desarrollo desigual de las sociedades civiles y políticas causando serios problemas a la democratización especialmente cuando se restringe a nivel de las élites.

2. Los momentos de la democratización

América Latina ha tenido, visto desde el presente, un momento de antecedente, tres de desarrollo y uno de claro retroceso en su proceso de democratización en su último siglo de historia. Asimismo, una influencia singular que abarcaría casi todos los momentos tomados en consideración. El antecedente es el régimen de dominación oligárquico basado en la exclusión, que en algunos casos organizó democracias restringidas que legaron a la posteridad algún sentido de estatalidad y legalidad. Los momentos son: el populismo o proyecto nacional-popular (1930-1980), que planteó una política inclusiva frente a la exclusión oligárquica aunque sin promover un régimen representativo. Las transiciones a la democracia de las décadas de 1970 y 1980 que reivindicaron los derechos humanos, la participación política electoral y el Estado de derecho frente al horror de las dictaduras, principalmente de derecha, que asolaron la región. El giro a la izquierda de los últimos diez años, que frente al conflicto entre las transiciones y el programa económico neoliberal que las acompaña, reivindica nuevamente la justicia social e intenta trascender el planteamiento democrático más allá de los procedimientos electorales para autorizar gobiernos. El momento de claro retroceso fueron las dictaduras militares, especialmente de derecha, ocurridas en la década de 1970, que significaron una negación de casi todos los derechos y la eliminación física de buena parte de una generación de jóvenes políticos latinoamericanos. Si bien este tipo de dictaduras se restringió al Cono Sur del continente, incluyendo al Brasil, su proyección política negativa fue sobre la región en su conjunto. Por último, la influencia singular que fue la utopía revolucionaria organizada en los partidos comunistas y otras organizaciones marxistas, que atravesó casi todos los momentos señalados y jugó un papel central, a favor y en contra, de la democratización.

Este esquema, por supuesto, no es de igual aplicación a todos los países de la región. Las oligarquías no cumplieron siempre la misma función. No en todas partes hubo populismo ni en todas sus consecuencias ni tiempos fueron los mismos. Las dictaduras no siempre fueron de derecha, como fue el caso de los países andinos – Perú Bolivia y Ecuador- en la década de 1970, y a las transiciones, por excepción, les ha ido mejor en alguna parte. Esto no quiere decir que lo planteado primero no nos permita avanzar en una tipología que a pesar de su generalización nos señala una forma de entender la democracia en América Latina.

3. La situación actual

Un buen punto de partida es el triangulo característico de la región que presentó el informe del PNUD sobre “La democracia en América Latina” (2004). Este triángulo contrasta un alto porcentaje de participación electoral, 62. 3% , con altos índices de desigualdad (0.552 índice de Gini) pobreza, 42.2% , y un bajo ingreso per cápita, 3,856 dólares, cifras que a la fecha (2009) no parecen haber cambiado significativamente. Este contraste entre política y economía se da en un contexto de mejora tanto política como económica para la región. La mejora política se expresa en la subida de lo que el Informe del PNUD denomina el Índice de Democracia Electoral (IDE), compuesto por el derecho a voto, elecciones libres y justas y acceso a los cargos públicos a través de elecciones. Esta subida del IDE va de 0.28 en 1977 a 0.93 en el 2003. La mejora económica, asimismo, en dos indicadores, el PBI que sube a una tasa promedio de 4.7% en el último período 2004-2007 y en la reducción de la deuda externa como porcentaje del PBI a un 22% en el 2006, según indica CEPAL (2007).

Esto ha hecho que la opinión global de los habitantes de la región sobre la economía, de acuerdo Latinobarómetro (2007), mejore sustancialmente, elevándose de un 39% que la consideraban regular o buena en el 2001 a un 71% en la misma consideración en el 2006. No así sobre la política, incluyendo en ella a la democracia y al Estado que la sustenta. En cuanto a la democracia 54% la prefieren como régimen político pero solo 37% están satisfechos con ella y 17% preferirían un régimen autoritario en ciertas circunstancias (cifra esta última que casi se dobla en coyunturas como la del 2002, que fue un año de crisis en varias democracia latinoamericanas). FIN.

domingo, 15 de febrero de 2009

LATINOAMÉRICA: MIRAR MÁS ALLÁ DE COYUNTURAS


AHORA ES CUANDO NO PERDER EL TIEMPO ES ESTRATEGICO.

ESTA ES LA HORA DEL PUEBLO LATINOAMERICANO.

Comparto este material de análisis de Raúl Zibechi, que pone el acento en la actual crisis global del modelo neoliberal dominante, las diversas salidas que tendrá en su desenlace, y las diversas alternativas y potencialidades para los países latinoamericanos, casi únicas en doscientos años de vida independiente, donde también hay tensiones y contradicciones. Entre gobiernos continuistas del consenso de Washington, el alineamiento automático con las grandes potencias, países con ciudadanías y gobiernos progresistas, por un lado, y una muy especial situación entre los propios países denominados o autodenominados pertenecientes a administraciones “progresistas”, por el nivel de indecisión en la aplicación firme de políticas sociales y demostración de incapacidades para efectuar la transformación radical de las estructuras oligárquicas en términos políticos, económicos y culturales, por el otro.

Claro deja el contenido, que no todos los gobiernos de corte progresista, tienen en sus agendas de estado políticas progresistas, sociales estructurales, derechos humanos, si vale la contradicción. Cuando que son los movimientos, partidos e iniciativas ciudadanas, las que con la organización, la contestación, el voto y la propuesta programática, son quienes están empujando para instalar estas agendas sociales de transformación dentro de los propios gobiernos que han sido electos precisamente para llevarlos a cabo, pero que en determinados momentos se deslizan por los andariveles de la inercia conservadora.

Precisamente cuando es el momento, ahora es cuando coinciden desde todos los foros populares. Varios gobiernos de la región, abandonan sus promesas electorales y programáticas y sólo se dedican a “existir” o “subsistir” en el gobierno incluso usando como moneda de cambio, "no realizar ningún cambio", "sólo existir sirviendo a los antiguos jerarcas que con el voto popular el pueblo ayudó a desplazar", o bien, intentar perpetuarse con estrategias de reelecciones forzadas vía referéndum, reformas y enmiendas constitucionales, y hasta cediendo espacios a los eternos rivales de la derecha, en el cometido de mantenerse en el gobierno, ahora coaligados total o parcialmente.

Los pueblos no han votado a gestiones progresistas para que se eternicen en el poder como camarillas, y terminen compartiendo la agenda de prioridades con las viejas estructuras y modelos de la desigualdad y la exclusión. Han votado la necesidad de cambios y a quienes se han comprometido a promover la inclusión y la sensibilidad social con precisa memoria del pasado reciente, y por tanto, deben honrarlos. Cumplir los mandatos populares no son una opción, son una obligación, de acuerdo a la historia de lucha y organización que hoy empuja a la historia a escribir la páginas de la segunda independencia, política, económica, social y cultural.

La opciones progresistas no han sido llevadas al gobierno en nuestros países para que se aggiornen a las necesidades, estilos y costumbres de la tradicional derecha oligárquica, ni a que desperdicien el tiempo en alianzas de superestructurales con sectores retardatarios que la sociedad busca que abandonen definitivamente el poder formal y real, ni más ni menos que abandonen el centro del tablero de una vez. No es admisible que los gobiernos progresistas, busquen acercarse a las derechas con el sólo objeto de sostenerse en el poder por más tiempo, y sólo por más tiempo, abandonando incluso en el camino las banderas, legados, mandatos y razones por las que allí fueron instalados por el voto popular.

Federico Tatter.

LATINOAMÉRICA: MIRAR MÁS ALLÁ DE COYUNTURAS

Raúl Zibechi. La jornada. México. La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, la profunda crisis económica mundial, junto al declive estadunidense, y la existencia de ocho gobiernos progresistas y de izquierda en Sudamérica, son hechos tan importantes que han generado la confianza, entre amplios sectores, en la posibilidad de encontrar nuevos rumbos para nuestras sociedades golpeadas por dos décadas de neoliberalismo. Se trata de una coyuntura especial e inédita, llamada a convertirse en un parteaguas a escala planetaria. En múltiples ocasiones se ha mencionado que la decadencia de Estados Unidos como única superpotencia, está permitiendo el nacimiento de una nueva relación de fuerzas en la región sudamericana, en la que se dibuja con nítido perfil la fuerza decisiva de Brasil, así como la posibilidad de construir una integración regional que no sólo marque distancias con el imperio, sino también con el libre comercio.

Por definición, una coyuntura suele resolverse en un lapso relativamente breve. En este caso puede pensarse, a lo sumo, en una década, que es el tiempo con que cuentan las fuerzas del cambio para imponer por lo menos una parte de sus objetivos antes que otras fuerzas con intereses diferentes se encuentren en condiciones de imponer los suyos.

La idea de que “éste es el momento” se ha instalado, con entera justicia, en los discursos de buena parte de las dirigencias políticas y sociales, como quedó reflejado en pronunciamientos y documentos del reciente Foro Social Mundial, celebrado en Belem. Pero también está presente la convicción de que si no se encuentran salidas al modelo actual de acumulación, o sea, al capitalismo, la crisis puede resolverse a través del diseño de un mundo peor aún que el actual. Gaza, Irak, Haití, Colombia son apenas muestras de lo que puede venir.

Buena parte de los objetivos destacados en la Carta de los movimientos sociales y en la Declaración de la asamblea de los movimientos muestran con claridad cuál puede ser el rumbo de los cambios. Denuncian la ideología del “desarrollo” y el “progreso”, así como al imperialismo y al capitalismo en su guerra de conquista por apropiarse de los bienes comunes de la humanidad. Pero no escatiman las críticas a las nuevas formas que adquiere el modelo neoliberal, en particular a “los grandes grupos económicos locales –expresados en las denominadas multilatinas–, asociadas a una parte considerable de los gobiernos de la región”. En consecuencia, denuncian el megaproeycto IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana), encabezado por la burguesía brasileña, que tras el desarrollo de interconexiones en infraestructura esconde “la apropiación trasnacional de los bienes de la naturaleza”.

En los hechos, los movimientos sudamericanos pasaron factura a “sus” gobiernos al colocar en la mira los principales proyectos económicos, aquellos destinados a promover el “desarrollo” de la región como la minería a cielo abierto, el agronegocio y los agrocombustibles, entre otros. Y pusieron el dedo donde duele al criticar, junto al Plan Colombia y la presencia de bases militares extranjeras, “la ocupación de Haití por tropas de países latinoamericanos”. No fue sólo un ejercicio de autonomía política, sino un marcar las urgencias del momento, la idea de que es necesario “avanzar ahora” y no delegar en los gobiernos, sino crear las condiciones “para ir gestando una nueva ofensiva de los pueblos” que modifique radicalmente la relación de fuerzas en la región.

Una década de gobiernos de nuevo cuño está empezando a mostrar alcances y límites de los cambios promovidos desde arriba y enseñando quiénes son los que están verdaderamente interesados en cambiar el mundo. Una parte sustancial de los gobiernos está más empeñada en consolidarse que en implementar nuevos rumbos. El único país capaz de empujar a toda la región, Brasil, está más empeñado en erigirse en potencia global que en abandonar el modelo. Lula parece más ocupado en catapultar a su probable sucesora, la ministra Dilma Rousseff, que en combatir el tremendo poder del capital financiero en su país. No es suficiente con promover un mundo y una región multilaterales, si a la vez no se erosiona el neoliberalismo.

Por otro lado, salir del modelo es más complejo de lo que pueda suponerse. Tras 10 años de Hugo Chávez en el gobierno, Venezuela sigue siendo un país con enormes dificultades para salir de la dependencia petrolera. Se trata de procesos muy lentos, para los que se requiere crear condiciones no sólo políticas, sino también sociales y culturales. A Cuba le demandó casi medio siglo dejar de ser un país monoproductor de caña de azúcar. A esas dificultades deben sumarse opciones que refuerzan el modelo, como la apuesta de Rafael Correa por la minería trasnacional, que no puede sino agudizar la dependencia de Ecuador, como ya sucedió en el último medio siglo con el petróleo. No es ése el camino para construir el “socialismo del siglo XXI”, pero menos aún puede tomarse ese rumbo en contra de los principales movimientos sociales. El enfrentamiento en curso entre el gobierno de Correa y el movimiento indígena, que se saldó con decenas de heridos y detenidos en la huelga del 20 de enero contra la ley minera, impone mirar más allá de la coyuntura actual.

Los gobiernos progresistas de la región pueden ser aliados de los cambios, pero los hacedores del mundo nuevo son los pueblos organizados en movimientos. El caso de Bolivia, donde el gobierno de Evo se muestra en sintonía con los movimientos, es por ahora la única excepción. Aunque algunos analistas y políticos defienden la centralidad de los gobiernos frente a un supuesto repliegue de los movimientos, no está de más recordar que la actual coyuntura fue creada por la resistencia desde abajo, que deslegitimó el modelo. Si estos gobiernos no toman un rumbo claro, en el futuro serán blanco de la inevitable ofensiva de los movimientos.