miércoles, 14 de enero de 2015

EN EL AÑO 47

Mi mamá nos metió a todos dentro de la casa y se trancaron todas las puertas. Mi papá estaba en la fábrica, mi hermanita se amamantaba y nosotros prendidos de la pierna de nuestra mamá, sin saber que pasaría. Esa noche fue de vigilia total a la madrugada. Todos nos quedamos dormidos. Ese día pasó sin muchos contratiempos. En el día mi mamá cocinó mucha mandioca, muchas tortillas y no sabía por qué. A la noche es que volvían los "pynandí", como ellos decían, para la requisa en todo el pueblo y lo hacían con brutalidad, porque se escuchaban los gritos de las mujeres que caían en sus manos. Eran noches de terror. Cuando llegaban a la casa atropellaban el portón, y hacían mucho ruido. Mama les recibía con mucha cordialidad. Abría todas las puertas de la casa, como demostrando que de nada se temía. Cómo estás fulano les decía. Enseguida les ofrecía la mandioca cocinada, tortilla caliente recién hecha con mucho huevo y les traía rápidamente las dos fuentes repletas de comida. Enseguida se les veía las caras de contentos por la comida y después se retiraban, era una buena estrategia, para pasar el disgusto y el sufrimiento que esas visitas ocasionaban. Y así todas las noches, siempre con distintas órdenes.

***

Llegaron los momentos difíciles en mi querido Guarambaré. En Ypané falleció mi abuelo en plena revolución y en ese lugar era casi imposible vivir. Entonces decidieron vender la quinta y mudarse a la capital por las condiciones que estaba el país, todo revuelto. En Guarambaré las cosas estaban más difíciles ese medio día. Mirando el arroyo a lo lejos se veía a una turba que venía en la dirección de nuestra casa. Con mucha euforia se escuchaban los gritos, pañuelos al cuello de color rojo. Se pegaban muchos gritos de victoria detrás de la turba, muchas mujeres llevaban en sus cabezas unos atados muy grandes que en ese momento no sabía de qué se trataba, pero me era extraño. De golpe llegaron a la esquina de mi casa donde estaba el almacén de don Francisco, un hombre muy bueno. Siempre apenas llegamos a su almacén nos daba un caramelo, y siempre le pedíamos a mamá con la mirada el permiso para recibir. Yo estaba mirando desde la casa. La turba se paró enfrente del almacén de don Francisco. Unas mujeres entraron al almacén, y salieron corriendo de allí con bolsas de yerba, azúcar y arroz en las cabezas. Demás está decir que entre todos estaban iniciando un saqueo brutal de todo el almacén. Todo lo que había en los estantes fueron robados. La balanza. De eso me acuerdo muy bien porque conocía esa balanza. Lo que sucedió después fue tremendo, doloroso, los seres humanos se convierten en bestias en esas circunstancias. Le sacaron a don Francisco a la calle y con machete lo flagelaban, tanto le pegaban que sangraba por todo el cuerpo. El ya no decía nada. Su esposa y su hija lloraban desconsoladamente. Nadie les decía nada, hasta que pareció morir. Luego lo enterraron en la arena, muchos decían que estaba vivo. Su pecado era ser liberal. En mi casa todos lloraban. Los vecinos también. Yo estaba como petrificado, después sacaron un tambor a la calle que estaba cargado con caña blanca y empezaron la fiesta.

Agustín Gamarra.
Enero de 2015. Fernando de la Mora, Paraguay.

LA CRUZ ROJA Y LA PRIMERA GUITARRA (*)

Era el mes de mayo de 1975. Comisaría 7ª, Eusebio Ayala y Rodó. El 11 de febrero del mismo año había sido traslado ahí desde el tétrico Dpto. de Investigaciones de la Policía de la Capital, donde estuve desde el 6 de diciembre de 1974, en calidad de preso político. Los demás compañeros que fueron conmigo: Bernardo Rojas Da Costa. Claudio Roberto Paredes, Sebastián Aparicio Romero y Hede Arnaldo Rojas; éramos los “nuevos” en la pequeña cárcel clandestina en las cuales el régimen dictatorial de Stroessner recluía a sus oponentes, reales o fabricados. “Los antiguos” en el mismo lugar, unos 10/11, eran presos políticos de larga data que venían de una antigüedad de 15 años (Ignacio Chamorro) hasta 6 (Herminio Stumps) el más nuevo. El primero sobreviviente de la Columna 14 de Mayo, experiencia guerrillera en zonas del Yvytyrusu, Ca’azapa, año 1959, y el segundo miembro del Partido Comunista. Éste tomado prisionero en Buenos Aires y traído al Paraguay en virtud de los “Convenios de Cooperación” entre gobiernos de la misma calaña. Había compas de extracción comunista, la mayoría, y otros, como Chamorro (Liberal) y luego nosotros “los nuevos” que pertenecíamos a la nueva izquierda. Las condiciones de vida, confort, infraestructura, baños, cocina, cama, etc., eran de nivel lamentable, muy rudimentarios.
Como señalé, un día de mayo nos comunica el Comisario (Carnibella) que vendría una delegación extranjera a visitarnos en la Comisaría. Iba a ser cuatro días después la llegada de los visitantes. Ya el día de la visita nos dimos cuenta que era una delegación de la Cruz Roja Suiza que había sido autorizada a visitar al contingente de presos políticos del Paraguay. Había presos en todas las comisarías de la capital y ciudades vecinas, Fdo. de la Mora (ahí estaban las mujeres), San Lorenzo, Lambaré, etc. Ignorábamos la cantidad de presos políticos de entonces. Aclaro que nunca antes persona, institución o grupo alguno pude tener contacto con los presos políticos, pues Stroessner nunca admitió que existieran tales presos. Al sernos notificada, realizamos una asamblea y decidimos los puntos a tratar. 1. La entrevista debía realizarse en el mismo calabozo, no aceptaríamos una oficina donde no se apreciara las condiciones de vida; 2. Reclamar la libertad de todos los presos políticos; 3. La alimentación; 4. El régimen de visita de familiares; 5. Salida semanal al aire libre; 6. Medios de Comunicación: entrada de una radio (debía de tener onda corta) y los periódicos de la época, ABC, Ultima Hora, La Tribuna, etc.; 7. Libros, revistas y textos profesionales. En fin, nuestra asamblea duró dos días con sus noches, pues no estuvo exenta de polémicas y controversias ante la enormidad de temas de interés. Entramos a una especie de frenesí de optimismo. Logramos en un duro tire y afloje con el Comisario jefe para recibir a la delegación en el propio calabozo, sin policías, ni nadie como ojos y oídos. Fuimos designados con otro compa (Alfonso Silva) portavoces del grupo. Fuimos muy firmes y hasta exigentes. Hablamos por más de cuatro horas. Estaban ávidos de conocer pormenores de la vida de los presos políticos. Hablaban perfecto español. Charlamos a calzón quitado, sin temor, sin ocultar nada, tal cual sobrellevamos la vida en calabozos en medio de las penurias, las precariedades, los sobresaltos, las presiones, los problemas de salud, etc., con nuestro propio optimismo y espíritu alegre, en medio de todo,. Tocamos todos los puntos; no nos prometieron nada, salvo el compromiso de “gestionar” algunos temas de nuestro reclamo. No podían tocar asuntos de carácter político (la libertad, por ej.) sí, los de carácter humanitario. Terminado el temario, uno de ellos pregunta: “nada más ?; tienen algo más de qué hablar ?” . Entonces me salí con una de película. No habíamos hablado del tema en nuestros debates internos. Como sintiendo un soplo divino, inesperado por todos, incluso por mi dije: “quiero mi guitarra”. Todos perplejos, los compas y los visitantes. Miradas que reflejaban: cómo?, una guitarra en el calabozo? En la prisión política ?. La cosa quedó ahí. Jamás prometieron nada. Solo gestiones. Habían venido a cerciorarse de las condiciones de vida en los calabozos, no de resolver nuestros problemas, además de su meticuloso cuidado de no violar el principio de no intromisión en asuntos internos.
Nunca supimos qué hizo esa delegación. Como unos diez días después nos autorizaron a comparar una radio, que debíamos de tocar solo hasta las nueve de la noche. Efectivamente, tenía onda corta. Un logro extraordinario. También ya podíamos comprar los periódicos; se leía por riguroso turno, 30 minutos cada uno, luego había segunda vuelta. Se mejoró notablemente el confort interno, el baño, el piso; la alimentación, sobre todo en cantidad. La salida al aire (patio) se extendió de 20 minutos por semana a una hora; la visita de familiares de 10 minutos a una hora; Logramos introducir textos de matemáticas, francés y castellano; libros y revistas diversas, previamente revisadas. Organizamos cursos diversos.
Una semana después de la presencia de la delegación de la CRS viene el oficial de guardia y me llama en la reja. Tenía mi guitarra en su mano diciéndome: “NDA’ÁPE, KÓA OJEGUERUKÁ NDÉVE NDERÓGAGUI (He aquí, esto te envían de tu casa). Me entró sensaciones contrapuestas. No podía creer, tampoco mis compañeros. Me entró una alegría indescriptible, también quería llorar. Es la primera guitarra que se haya metido en la prisión política en el Paraguay. La tuve conmigo hasta que fuimos “los nuevos” trasladados a la cárcel pública de Takumbu por haber sido procesados por la dictadura en aplicación de la ley liberticida 209/70, célebre por haber sido utilizada para enviar a cientos de paraguayos a las prisiones. Nunca más me desprendí de mi instrumento durante el tiempo que duró mi prisión (3 años). La primera guitarra de que se tuviera noticia que haya habida entre los presos políticos del Paraguay nos sirvió para levantar el espíritu, alimentar nuestro sentimiento nacional, alegrar la vida dura de las prisiones y, fundamentalmente, acompañarnos en nuestra fe de militantes políticos antidictatoriales.
Con ella como compañera inseparable, formé con Emilio Barreto (13 años de prisión) un dúo de voces en la Séptima, que lo reprisaríamos en el Campo de Concentración de Emboscada (Nov. 1976), donde nos reunieron a todos los PP de la época. Él tenía una hermosa voz. Cantábamos exclusivamente música paraguaya, aquellas que considerábamos joyas del cancionero tradicional. Pedimos a nuestros familiares que nos traigan nuestros apuntes de canciones. Hede Rojas tocaba una maravilla, mandó traer su guitarra y armamos un grupo de canto y guitarra. Yo, cuando tocaba solo, me extendía un poco más hacia el cancionero latinoamericano regional. Alfonso Silva, (10 años de prisión), tenía una voz privilegiada, bien afinada, dulce; era tenor lírico. Todas las noches el calabozo de la Comisaría Séptima se llenaba de melodías y Rogelio Mora (diez años prisión) que hizo galas de su extraordinaria memoria, nos trasmitió varias canciones ignoradas por mí y los demás compas. Joyas del cancionero paraguayo antiguo. FIN.
En la siguiente entrega narraré los beneficios psicológicos y culturales de la música en las prisiones. Mi guitarra, conseguida gracias a la gestión de la Cruz Roja suiza, cumplió un rol importantísimo. Sirvió también para descongestionar los calabozos de presiones, stress, superar el pesimismo, y hermanarnos aún más en ese raro hábitat de seres sumamente humanos, honestos, alegres, optimistas, solidarios, bondadosos. ASÍ ERA “EL CAUTIVERIO DE LOS GENIOS”. (Está explicado en la primera entrega).
Último detalle: La delegación de la Cruz Roja Suiza estaba compuesta de tres personas: un abogado, un médico, y un psicólogo. Éste último volvería varias veces al Paraguay; acompañado de su esposa se radicó aquí. Luego de divorciarse formó familia con una mujer paraguaya, con quien tuvieron varios hijos. Se trata del querido Benno Glauser, a quien todos los que trabajamos en sectores de promoción social conocemos. UN HOMBRE DE LEY, CON MAYÚSCULAS.
Nunca hicimos un reconocimiento a estas personas ni a la CRS. Extiendo un abrazo caluroso a Benno, el único mencionable, por desconocimiento absoluto de quienes fueron los demás, por su tremendo aporte, en una época en que tan solo pretender visitar a los presos políticos significaba un gran riesgo. Modestamente, gracias Benno.

Fernando Robles.
12 de enero de 2015. Lambaré, Paraguay.

(*) LA CRUZ ROJA Y LA PRIMERA GUITARRA, es la segunda historia de la Serie EL CAUTIVERIO DE LOS GENIOS, de Fernando Robles.

domingo, 11 de enero de 2015

TERCA VASTEDAD (I)

Al abordar más de 120 casos de nuestra reciente y aún no superada dictadura, hemos visto que, aun cuando algunos pocos de ellos hayan sido más conocidos y difundidos, incluso como leyendas idealizadas, muchos otros (los más), hasta el día de hoy se encuentran soterrados, en las penumbras, esperando ser relatados y considerados. ¿Cómo no buscar darle sentido a aquello que falta?
La recopilación e intento de análisis caso por caso como una unidad en sí misma dentro de un contexto, ayudó a trazar líneas de interpretación, pero siempre muy precarias, fronterizas y movedizas. En todos ellos, siempre aparecieron los rastros de esos “otros”. Fue casi imposible obviarlos. Fue imposible no verlos. Siempre se cruzaron en el camino. Hicieron zancadillas a todas las creencias, a todos los guiones prefabricados, y a todos los preconceptos. “Los invisibles”, siempre nos dieron señales de su existencia soterrada. Allí mismo, donde el régimen obtuvo su mayor logro, la invisibilidad extendida en el tiempo y asumida como casi “lo natural” de nuestra forma sesgada de ver y sentir.
Esa invisibilidad tuvo ayudas. La creencia pagana de la existencia de casos “paradigmáticos” o “representativos”, que al solo hecho de relatarlos repetidamente, todos los demás, devendrían relatados por añadidura, “invisibles incluidos”. Pero claro, a condición de que siguieran bien “invisibles”. ¿Cómo relatar la vastedad del terror, sino a través de la vastedad misma?
Esa opresión fue tan vasta y extendida, que interpela al guion más pintado. Acorraló en forma creciente a toda una sociedad hasta puntos infrahumanos ¿Podemos no ver las huellas de esa inhumanidad en nuestros agitados días?
Ejemplos del pasado reciente. Expulsión del cuerpo social, represión, muerte física o civil. Persecución de la libertad de pensamiento, de la opción sexual, de la preferencia cultural, de la vestimenta y el aspecto físico. Desplazamiento forzado de comunidades originarias. Catalogación de la población civil toda, como objetivo de la doctrina de la seguridad nacional y su guerra de baja intensidad, sucia, secreta, preventiva, permanente. Hasta moldear “a garrotazos” el carácter nacional paraguayo, si vale la expresión. ¿Cómo no relatar esa vastedad, aun a costa de las creencias? 

Federico Tatter
Enero de 2015. Asunción, Paraguay.