Mi mamá nos metió a todos dentro de la casa y se trancaron todas las puertas. Mi papá estaba en la fábrica, mi hermanita se amamantaba y nosotros prendidos de la pierna de nuestra mamá, sin saber que pasaría. Esa noche fue de vigilia total a la madrugada. Todos nos quedamos dormidos. Ese día pasó sin muchos contratiempos. En el día mi mamá cocinó mucha mandioca, muchas tortillas y no sabía por qué. A la noche es que volvían los "pynandí", como ellos decían, para la requisa en todo el pueblo y lo hacían con brutalidad, porque se escuchaban los gritos de las mujeres que caían en sus manos. Eran noches de terror. Cuando llegaban a la casa atropellaban el portón, y hacían mucho ruido. Mama les recibía con mucha cordialidad. Abría todas las puertas de la casa, como demostrando que de nada se temía. Cómo estás fulano les decía. Enseguida les ofrecía la mandioca cocinada, tortilla caliente recién hecha con mucho huevo y les traía rápidamente las dos fuentes repletas de comida. Enseguida se les veía las caras de contentos por la comida y después se retiraban, era una buena estrategia, para pasar el disgusto y el sufrimiento que esas visitas ocasionaban. Y así todas las noches, siempre con distintas órdenes.
***
Llegaron los momentos difíciles en mi querido Guarambaré. En Ypané falleció mi abuelo en plena revolución y en ese lugar era casi imposible vivir. Entonces decidieron vender la quinta y mudarse a la capital por las condiciones que estaba el país, todo revuelto. En Guarambaré las cosas estaban más difíciles ese medio día. Mirando el arroyo a lo lejos se veía a una turba que venía en la dirección de nuestra casa. Con mucha euforia se escuchaban los gritos, pañuelos al cuello de color rojo. Se pegaban muchos gritos de victoria detrás de la turba, muchas mujeres llevaban en sus cabezas unos atados muy grandes que en ese momento no sabía de qué se trataba, pero me era extraño. De golpe llegaron a la esquina de mi casa donde estaba el almacén de don Francisco, un hombre muy bueno. Siempre apenas llegamos a su almacén nos daba un caramelo, y siempre le pedíamos a mamá con la mirada el permiso para recibir. Yo estaba mirando desde la casa. La turba se paró enfrente del almacén de don Francisco. Unas mujeres entraron al almacén, y salieron corriendo de allí con bolsas de yerba, azúcar y arroz en las cabezas. Demás está decir que entre todos estaban iniciando un saqueo brutal de todo el almacén. Todo lo que había en los estantes fueron robados. La balanza. De eso me acuerdo muy bien porque conocía esa balanza. Lo que sucedió después fue tremendo, doloroso, los seres humanos se convierten en bestias en esas circunstancias. Le sacaron a don Francisco a la calle y con machete lo flagelaban, tanto le pegaban que sangraba por todo el cuerpo. El ya no decía nada. Su esposa y su hija lloraban desconsoladamente. Nadie les decía nada, hasta que pareció morir. Luego lo enterraron en la arena, muchos decían que estaba vivo. Su pecado era ser liberal. En mi casa todos lloraban. Los vecinos también. Yo estaba como petrificado, después sacaron un tambor a la calle que estaba cargado con caña blanca y empezaron la fiesta.
Agustín Gamarra.
Enero de 2015. Fernando de la Mora, Paraguay.
Al abordar más de 120 casos de nuestra reciente y aún no superada dictadura, hemos visto que, aun cuando algunos pocos de ellos hayan sido más conocidos y difundidos, incluso como leyendas idealizadas, muchos otros (los más), hasta el día de hoy se encuentran soterrados, en las penumbras, esperando ser relatados y considerados. ¿Cómo no buscar darle sentido a aquello que falta?
La recopilación e intento de análisis caso por caso como una unidad en sí misma dentro de un contexto, ayudó a trazar líneas de interpretación, pero siempre muy precarias, fronterizas y movedizas. En todos ellos, siempre aparecieron los rastros de esos “otros”. Fue casi imposible obviarlos. Fue imposible no verlos. Siempre se cruzaron en el camino. Hicieron zancadillas a todas las creencias, a todos los guiones prefabricados, y a todos los preconceptos. “Los invisibles”, siempre nos dieron señales de su existencia soterrada. Allí mismo, donde el régimen obtuvo su mayor logro, la invisibilidad extendida en el tiempo y asumida como casi “lo natural” de nuestra forma sesgada de ver y sentir.
Esa invisibilidad tuvo ayudas. La creencia pagana de la existencia de casos “paradigmáticos” o “representativos”, que al solo hecho de relatarlos repetidamente, todos los demás, devendrían relatados por añadidura, “invisibles incluidos”. Pero claro, a condición de que siguieran bien “invisibles”. ¿Cómo relatar la vastedad del terror, sino a través de la vastedad misma?
Esa opresión fue tan vasta y extendida, que interpela al guion más pintado. Acorraló en forma creciente a toda una sociedad hasta puntos infrahumanos ¿Podemos no ver las huellas de esa inhumanidad en nuestros agitados días?
Ejemplos del pasado reciente. Expulsión del cuerpo social, represión, muerte física o civil. Persecución de la libertad de pensamiento, de la opción sexual, de la preferencia cultural, de la vestimenta y el aspecto físico. Desplazamiento forzado de comunidades originarias. Catalogación de la población civil toda, como objetivo de la doctrina de la seguridad nacional y su guerra de baja intensidad, sucia, secreta, preventiva, permanente. Hasta moldear “a garrotazos” el carácter nacional paraguayo, si vale la expresión. ¿Cómo no relatar esa vastedad, aun a costa de las creencias?
Federico Tatter
Enero de 2015. Asunción, Paraguay.
La recopilación e intento de análisis caso por caso como una unidad en sí misma dentro de un contexto, ayudó a trazar líneas de interpretación, pero siempre muy precarias, fronterizas y movedizas. En todos ellos, siempre aparecieron los rastros de esos “otros”. Fue casi imposible obviarlos. Fue imposible no verlos. Siempre se cruzaron en el camino. Hicieron zancadillas a todas las creencias, a todos los guiones prefabricados, y a todos los preconceptos. “Los invisibles”, siempre nos dieron señales de su existencia soterrada. Allí mismo, donde el régimen obtuvo su mayor logro, la invisibilidad extendida en el tiempo y asumida como casi “lo natural” de nuestra forma sesgada de ver y sentir.
Esa invisibilidad tuvo ayudas. La creencia pagana de la existencia de casos “paradigmáticos” o “representativos”, que al solo hecho de relatarlos repetidamente, todos los demás, devendrían relatados por añadidura, “invisibles incluidos”. Pero claro, a condición de que siguieran bien “invisibles”. ¿Cómo relatar la vastedad del terror, sino a través de la vastedad misma?
Esa opresión fue tan vasta y extendida, que interpela al guion más pintado. Acorraló en forma creciente a toda una sociedad hasta puntos infrahumanos ¿Podemos no ver las huellas de esa inhumanidad en nuestros agitados días?
Ejemplos del pasado reciente. Expulsión del cuerpo social, represión, muerte física o civil. Persecución de la libertad de pensamiento, de la opción sexual, de la preferencia cultural, de la vestimenta y el aspecto físico. Desplazamiento forzado de comunidades originarias. Catalogación de la población civil toda, como objetivo de la doctrina de la seguridad nacional y su guerra de baja intensidad, sucia, secreta, preventiva, permanente. Hasta moldear “a garrotazos” el carácter nacional paraguayo, si vale la expresión. ¿Cómo no relatar esa vastedad, aun a costa de las creencias?
Federico Tatter
Enero de 2015. Asunción, Paraguay.