domingo, 30 de agosto de 2009

PARAGUAY: SOLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO


Federico Tatter. Asunción del Paraguay, 31 de agosto de 2009. Esta es una realidad que se expresa sin manipulaciones ni atajos, y menos cómo una fórmula secreta en manos de brujos o intermediarios terrenales entre el pueblo y el poder. La frase, llevada como estandarte por los movimientos sociales latinoamericanos desde la década de los setentas, siempre ha encerrado muchas verdades, participación real, y algunos riesgos, la manipulación demagógica. Hoy en el Paraguay, ella parece adquirir nuevamente un valor que implica creciente compromiso al interpelar al status quo conservador consuetudinario.
A partir del “votazo” del 20 de abril de 2008, que permitió la ruptura de la hegemonía del partido colorado por más de 61 años, se han abierto caminos que antes parecían cerrados para el movimiento social, nacional y popular.
Seamos realistas, el Paraguay nunca ha vivido en democracia. Los espacios llamados democráticos, se han reducido a un mínimo status de garantías para que las expresiones y posturas disonantes con el poder no fueran a la cárcel inmediatamente, o fueran tratadas con ciertas garantías.
El Paraguay recuerda solamente seis meses de una llamada “primavera democrática” en 1946, antes del advenimiento de la más atroz guerra civil que soportara la nación paraguaya, y que significó la toma del poder político absoluto por parte del partido colorado, Asociación Nacional Republicana, y se mantuviera en el poder por más de sesenta en una espiral ascendente de conservadorismo, ultraderechismo, de carácter totalitarizante y fascistoide, purgando todos los estamentos civiles y armados del estado y encolumnándolos en un proyecto de poder altamente concentrado a favor de una clase terrateniente de no más de veinte grandes familias.
El golpe de estado de 1989, que abre el paso a una “democracia de fachada”, en realidad fue un golpe palaciego, reacomodamiento de las clases dominantes de acuerdo a los nuevos protocolos del colonialismo norteamericano, que necesitaba estados alineados automáticos, pero que guardaran ciertas normas, garantías y que no fueran declaradas abiertamente como dictaduras pro-occidentales.
Esta es la razón por la cual el llamado proceso de transición a la democracia que se inicia en 1989 y se extiende más de la cuenta hasta el 2009, no fue más que una sucesión de proyectos fallidos surgidos del consenso de Washington, con el acuerdo de los embajadores norteamericano y brasileño, de acuerdo a la necesidades de defensa norteamericanas, de acuerdo a las necesidades del nuevo hegemonismo latinoamericano de Itamaraty, la cancillería brasileña.
A partir de ese “pueblazo” de abril de 2008, es donde se entiende la gran expectativa de la suma de voluntades de cambio, de ansias de autodeterminación, de búsqueda de la redención social del pueblo, de la nación paraguaya, en su gran diversidad y en su conjunto disperso de identidades. Y por el reglamento electoral, esa expectativa debe ser depositada en una fórmula, en un programa, en un partido, en una alianza, y se debe elegir por el voto directo, universal y secreto a una persona. Y es allí donde entendemos que quien sale sorteado para asumir tal voluntad es Fernando Lugo.
Pero lo cambios reales, las de la transformación radical o paulatina de las injustas estructuras sociales del Paraguay, no provendrán del pensamiento y voluntad de una persona, por más bienintencionada que fuere. Los cambios, por un poder ejecutivo efectivamente más receptivo, comprensivo, compasivo y humano, permitirán crear el clima, el escenario propicio para que los verdaderos liderazgos sociales, nacionales y populares, puedan salir a la superficie y disputar en el terreno de las ideas y de las acciones qué proyecto de nación es más viable para este trecho del siglo XXI que nos toca vivir.
Y en este proceso, claramente van apareciendo estos legítimos liderazgos, que no surgen de la nada, sino de la profundidad de la lucha social, con proyección histórica, desde la memoria histórica de la gran lucha popular del pueblo paraguayo que jamás ha olvidado sus grandes gestas civiles, gremiales, estudiantiles en las peores condiciones que pueda pensarse para el género humano. El movimiento popular es transversal a las comunidades, conglomerados y colectivos ya efectivamente existentes. Estos liderazgos sociales, no necesariamente saldrán de espacios diferentes a los partidos, clubes, asociaciones, sindicatos, grupos ya existentes, sino que comenzarán a ganar fuerza dentro de ellos mismos y también por fuera. El movimiento popular, no tiene dueño, no tiene padrinos, no tiene patrones, no tiene senderos prefijados para manifestarse, no tiene a nadie a quien obedecer.
Este gran movimiento popular del Paraguay, cuando se exprese por fuera de los partidos tradicionales, tendrá en su interior exponentes que habrán surgido de aquellos viejos partidos y que buscarán otros cauces. Y cuando surjan dentro de los partidos tradicionales, pues bien, comenzarán transformando primero revolucionariamente estos propios partidos, que al ser inundados por la participación popular cambiarán radicalmente de rumbo.
Pues bien, al no tener el pueblo ni viejos ni nuevos dueños, será nuevamente el soberano, y es allí donde cobra fuerza renovada la sentencia, que al pueblo sólo lo salva el pueblo. Sin mecías, ni salvadores unipersonales, todopoderosos, excluyentes o magnánimos, pero siempre arbitrarios, porque a su arbitrio y sólo al del él queda interpretar el “sentir popular”. En todo caso en un proceso representativo y participativo, donde ambas expresiones son confluyentes, sólo pueden existir los facilitadotes. Lo interesante del pueblo es que cuando se expresa, cuando participa, cuando elige con determinación su destino, no pide permiso ni está en obligación de inclinarse ante nadie, porque como dice el poeta argentino Piero: "porque el pueblo se lo ganó, al pueblo lo que es del pueblo, al pueblo, revolución".

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