jueves, 27 de noviembre de 2008

PARAGUAY Y EE.UU.: HISTORIA DE DOS ALIADOS DISTANTES (II)


SEGUNDA Y ULTIMA PARTE

Andrew Nickson (*) CORREO SEMANAL. Sábado, 22 de Noviembre de 2008.

La represión de los años 70


En la medida en que los autores dirigen su análisis de las relaciones entre los dos países desde los años 70 en adelante, cuando aumentó la oposición al régimen, su confusión acerca del nivel del compromiso estadounidense a la democratización llega a ser más evidente. Al referirse a la represión, a mediados de los 70, que culminó en abril-mayo de 1976 con el arresto de más de 2.000 disidentes, nos informan que "Ni Washington ni la Embajada de los EEUU expresaron ni un poco de inquietud acerca de la tortura y la detención de líderes campesinos y religiosos" (p. 192). Pero dos páginas después leemos que, para 1976, "la importancia de los derechos humanos en la política de EEUU hacia América Latina ya fue firme y innegable" (p. 194). Sin embargo, cuando el presidente Jimmy Carter se encontró con Stroessner en Washington, en septiembre de 1977, durante la firma de los tratados del Canal de Panamá, ellos notan que "el presidente Carter no tocó el tema de la misión de la OEA y las violaciones de derechos humanos con el hombre fuerte de Paraguay" (p. 199).

En su análisis de las últimas décadas del régimen de Stroessner, los autores demuestran su ingenuidad al pintar a los oficiales del Gobierno estadounidense como si ellos estuvieran liderando la lucha a favor de los derechos humanos en Paraguay. Perfilan a Robert White, embajador del presidente Carter (1977-1979), como un príncipe azul. Por ejemplo: "Gracias a los esfuerzos decididos de White, Stroessner liberó a cientos de presos políticos, muchos de los cuales pudieran haber muerto si no fuera por el embajador". Esto es una tremenda exageración. Para ese entonces la mayoría de los presos liberados en 1977 y 1978 estaban detenidos en la cárcel de Emboscada, donde el acceso por parte de la Cruz Roja Internacional y el Comité de Iglesias hacía imposible la posibilidad de matanzas extrajudiciales. En realidad, las desapariciones habían ocurrido durante tres anteriores y separadas olas de represión: en noviembre de 1974, en noviembre de 1975 y en abril-mayo de 1976. Los autores llevan su obsesión a niveles muy extremos al querer otorgar el mérito a los EEUU por promocionar la democracia en Paraguay. Refiriéndose a los miembros de la misión militar estadounidense, dicen que "Fue común, hacia finales de los 70, que muchos de estos oficiales ayudaran a la causa de los derechos humanos en Paraguay, al servir como facilitadores o enlaces para activistas paraguayos de derechos humanos" (p. 201). No ofrecen ninguna evidencia para respaldar esta extraordinaria afirmación. Hasta atribuyen la publicación, en 1977, de dos informes de Amnistía Internacional detallando los abusos de los derechos humanos en Paraguay a un estímulo de parte del Departamento de Estado de los EEUU (p. 202). Otra vez no dan evidencias para esta extraordinaria afirmación. Su opinión de que para 1980 los EEUU habían "... agotado la mayor parte de sus posibilidades de influencia en tratar de obligar al régimen de Stroessner a respetar los derechos políticos básicos de los paraguayos" (p. 204), no concuerda con la realidad de su capacidad, en esa misma época, de realizar una directa injerencia militar en América Central en la búsqueda de cambios de régimen.

Poca documentación avaladora

En la medida en que el fin de la dictadura se acercaba, los autores nos cuentan que "la admiración por la Embajada norteamericana y el pueblo y la sociedad norteamericanos, producto de décadas de asistencia económica y técnica a nivel comunitario, estaba difundida por toda la sociedad paraguaya, desde las calles y universidades asuncenas hasta el campo" (p. 218). El tenor de semejante afirmación no sería fuera de lugar en una declaración de prensa de la Embajada de la República Popular de China en cualquier país africano, pero, sin apoyo alguno de evidencia que lo respalde, es completamente inapropiado en un texto académico. Continúan notando que "En el periodo 1984-1987 los medios de comunicación norteamericanos emprendieron un esfuerzo masivo y casi concertado para desenmascarar al Gobierno paraguayo, con todas sus imperfecciones" (p. 211). Aunque exageran enormemente el impacto político de este "esfuerzo masivo", es interesante notar que el involucramiento del general Andrés Rodríguez -el brazo derecho de Stroessner- en el tráfico de drogas figuraba prominentemente en estas revelaciones de los medios norteamericanos, lo cual llevó a que se le fuera negada la visa para entrar en los EEUU.

Sin embargo, en noviembre de 1988, la negativa de contacto con Rodríguez terminó en forma abrupta cuando el general Fred Woerner, comandante en Jefe de Southcom, viajó a Paraguay, expresamente para encontrarse con él. Menos de dos meses más tarde, en la noche del 2-3 de febrero de 1989, Rodríguez dirigió el putsch que derrocó a Stroessner. En forma veloz el Gobierno de los EEUU dejó su antipatía hacia Rodríguez y le dio su aprobación como el nuevo Presidente del país (1989-2003). Aquí quizás vaya a pensar el lector: "Si los autores tienen razón en su afirmación de que su preocupación por la democratización y los derechos humanos fueron los factores primordiales para explicar la promoción del cambio de régimen en Paraguay, entonces ¿por qué habrán aprobado a alguien cuya participación en el narcotráfico fue tan obvia?"

La omisión de los autores para ofrecer alguna explicación de esta tremenda contradicción, pone en jaque la base de su propio argumento fundamental con respecto a los objetivos que subyacían en la política exterior de EUUU con respecto a Paraguay. De hecho, gracias a su apoyo a Rodríguez, los EEUU lograron castrar el proceso de democratización -al prolongar el mando corrupto del Partido Colorado durante veinte años más, hasta que el presidente Fernando Lugo asumió la presidencia, el 15 de agosto de 2008. Esta "castración democrática", por parte de los EEUU, empeoró su actitud hacia la sucesión del mismo Rodríguez. En la medida en que se acercaba el fin de su mandato, se realizaron elecciones primarias del Partido Colorado, en diciembre de 1992, para seleccionar a su candidato para las elecciones presidenciales en 1993. Las encuestas de salida indicaban claramente que Luis María Argaña había ganado con 48 por ciento de la votación, en contra del 42 por ciento de los votos por el millonario empresario Juan Carlos Wasmosy, uno de los "barones de Itaipú", quien fue el candidato preferido de la rosca, el conglomerado de élite formado por altos oficiales del Partido Colorado, militares y empresarios, quienes habían amasado fortunas ilícitas bajo la dictadura. Los resultados de la elección fueron pospuestos durante semanas, mientras que los talones fueron adulterados, después de lo cual se declaró ganador a Wasmosy.

En conclusión, a los autores "los árboles no les dejan ver el bosque". Su preocupación es delinear los cambios en la política exterior hacia Paraguay, de una presidencia a otra. Al realizar esta tarea, producen mucha información interesante. Sin embargo, aun cuando algunos de estos recambios fueron sin duda significantes, ellos dejan de resaltar la continuidad subyacente del apoyo estadounidense para Gobiernos derechistas en Paraguay -tal como en el resto de América Latina- durante el periodo pos-1945. Llámase "imperialismo", si uno quiere, pero la realidad es que por décadas este gran desequilibrio, en cuanto a poder, ha determinado en forma fundamental las relaciones entre estos dos "aliados distantes", poniendo en duda el nivel de compromiso real de los EEUU a favor de la democratización. Si los autores hubieran agregado una conclusión a su libro, sería aconsejable que confrontaran esta cuestión incómoda.


Andrew Nickson: r.a.nickson@bham.ac.uk

Profesor de Gestión Pública y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Birmingham, Inglaterra.

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