domingo, 22 de febrero de 2009

FOROS MUNDIALES: ANTE LA REFORMA O LA SUSTITUCION


Comparto dos importantes reflexiones, de Emir Sader y Raúl Zibechi, acerca de qué hacer con el neoliberalismo en caída libre, así como qué hacer con el sistema mismo que lo creó: reformarlo o sustituirlo. Y las preguntas vuelan, ¿es el fin del neoliberalismo el fin del capitalismo como modelo? O bien al final de esta forma salvaje de capitalismo, le sucederá necesariamente una versión de capitalismo de estado atenuado con sensibilidad y asistencia social, que aliviane las asperezas y expresiones más humillantes al género humano, pero mantengan las mismas metas e incluso potencie las tasas de ganancia, aunque a expensas de la continuidad de la degradación del medio ambiente?

¿Puede esta nueva forma de capitalismo popular de estado con inclinación social ser compatible con las viejas formas de extracción y explotación de materias primas, como minería a cielo abierto, los monocultivos de soja y caña de azúcar para biocombustibles, la agroexportación sin valor agregado, el complejo de forestación-celulosa, así como el crecimiento exponencial de la frontera agrícola a expensas de los últimos pulmones del planeta?

Las alternativas ya están a la vista, moralizar y humanizar al mismo viejo y raposo capitalismo incorporándole ética, caridad, probidad, honestidad, austeridad, responsabilidad, pundonorosidad, compasividad, transparencia, regulación, control, desde arriba, desde el estado (que dicho sea de paso, se las arregló muy sin ellos los últimos trescientos años), o muy por el contrario, desmontar todas las bases de la desigualdad, inmoralidad, inhumanidad, codicia, que le son inherentes y sustituirlo por otro sistema político, económico, social y cultural, desde abajo, desde las asambleas populares, con otras formas de gestión de lo público.

Y dentro de este conjunto de tensiones, también abordan el límite estructural observado en los foros mundiales que surgieron como espacios de reconocimiento y contestación, pero que parecerían diluirse en la inercia o la dispersión asistida y excesiva de sus metas. Así como los foros mundiales sociales, surgieron como espacios de encuentro y reflexión en el momento más álgido del mundo unipolar, en medio del éxito absoluto del Consenso de Washington, ante una potencia militar y económica universal, y con un crecimiento, especialmente del mundo financiero, sin límites, sin reglas, sin regulaciones, sin fronteras. Hoy, ante una de las crisis más graves en los últimos cien años, el papel de los foros, y especialmente, el papel de quienes tomaron la conducción de los mismos, con escaso poder de convocatoria pero con mucho dinero disponibles, parecerían que intentan por todos los medios que los movimientos sociales, con creciente caudal popular y político, pero nula capacidad económica, se expresen cabalmente como alternativa real de conducción de estos foros, a la vez que crezcan como alternativas reales de poder en sus países, y hasta incluso con propuestas de superación del sistema a nivel nacional, regional y mundial. Reforma o sustitución, parece resumir y concentrar la tensión y pulso del debate que ya empezó. Más que conceptos o avances de otros mundos posibles, estamos ante escenarios de la acción y el discurso que continuarán asombrándonos en este mismo y único mundo realmente existente, se trate de capitalismo salvaje o salvataje del capitalismo, mientras continúe la salvaje desigualdad, la salvaje exclusión social, y la salvaje destrucción de nuestro único hogar común: este planeta.

Federico Tatter.

BALANCE DEL FORO DE BÉLEM Y DE OTRO MUNDO POSIBLE

Emir Sader. Miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. 08/02/09. Los que piensan que el fin del Foro Social Mundial es el intercambio de experiencias deben estar contentos. Para los que llegaron a Belém angustiados con la necesidad de respuestas urgentes a los grandes problemas que el mundo enfrenta, quedó la frustración, el sentimiento de que la forma actual del FSM está agotada, que si el FSM no se quiere diluir en la intrascendencia, tiene que cambiar de forma y pasar la dirección para los movimientos sociales.

Un balance del FSM de Belém no debe ser hecho en función de sí mismo. Él no nació como un fin en sí mismo, sino como un instrumento de lucha para la construcción de ese “otro mundo posible”. En este sentido, ¿cuál es el balance que puede ser hecho del FSM de Belém, desde el punto de vista de la construcción de ese “otro mundo”, que no es otro sino el de la superación del neoliberalismo, de un mundo posneoliberal?

Dos fotos son significativas de los dilemas del FSM: una, la de los cinco presidentes que comparecieron en el FSM – Evo, Rafael Correa, Hugo Chávez, Lugo y Lula – con las manos en alto; la otra, la fría y burocrática de los representantes de las ONGs brasileñas en la entrevista donde anuncian el FSM. En la primera, gobiernos que, en distintos niveles, ponen en práctica políticas que identificaron, desde su nacimiento, al FSM: Alba, Banco del Sur, la prioridad de políticas sociales, la regulación de la circulación del capital financiero, la Operación Milagro, las campañas que terminaron con el analfabetismo en Venezuela y en Bolivia, la formación de las primeras generaciones de médicos pobres en el continente, por las Escuelas Latinoamericanas de Medicina, Unasul, el Consejo Sudamericano de Seguridad, el gasoducto continental, Telesur, entre otras. La nueva cara y victoriosa del FSM, la de los avances en la construcción del pos neoliberalismo en América Latina.

En la otra, ONGs, entidades cuya naturaleza es fuertemente cuestionada, por su carácter ambiguo de “no gubernamentales”, por el carácter no siempre transparente de sus financiamientos, de sus “asociaciones”, de los mecanismos de ingreso y de selección de sus dirigentes, al punto que, en países como Bolivia y Venezuela, entre otros, las ONGs se agrupan mayoritariamente en la oposición de derecha a los gobiernos. Su propia actuación, en el espacio que definen como “sociedad civil”, sólo aumenta esas ambigüedades. Entidades que tuvieron un papel importante al inicio del FSM, pero que monopolizaron su dirección, constituyéndose, de manera totalmente no democrática, como mayoría en el Secretariado original, dejando a los movimientos sociales, ampliamente representativos, como la CUT y el MST, en minoría.

A partir del momento en que la lucha antineoliberal pasó de su fase defensiva a la disputa por la hegemonía y construcción de alternativas de gobierno, el FSM se enfrentó al desafío de mantenerse aún bajo la dirección de la ONGs o pasar finalmente el protagonismo a los movimientos sociales. En el FSM de Belém tuvimos la primera alternativa, en el momento de aquella fría y burocrática entrevista colectiva de las ONGs. Y, como contrapartida, tuvimos su formidable cara real, con los pueblos indígenas y el Foro Pan Amazónico, con los movimientos campesinos y Vía Campesina, con los sindicatos y el mundo del Trabajo, con los movimientos feministas y la Marcha Mundial de las Mujeres, los movimientos negros, los movimientos de estudiantes, los jóvenes – con estos confirmando que son la gran mayoría de los protagonistas del FSM.

El FSM transcurrió entre los dos, entre la riqueza, la diversidad y la libertad de sus espacios de debate y las pautas de las ONGs, reflejadas en la atomización absoluta de los temas, en la inexistencia de prioridades – tierra, agua, energía, regulación del capital financiero, guerra y paz, papel del Estado, democratización de los medios, por ejemplo. La pregunta: lo que el FSM tiene que decir y proponer como alternativas ante la crisis económica global y ante los epicentros de guerra – Palestina, Irak, Afganistán, Colombia – ¿qué propuestas de construcción de un modelo superador del neoliberalismo y de alternativas políticas y de paz para los conflictos? La respuesta es un gran silencio. Hubo varias mesas sobre la crisis, ni siquiera articuladas entre sí. Las actividades, “autogestionadas”, significan que los que tienen los recursos – ONGs normalmente, entre ellas– consiguen programar sus actividades, mientras que los movimientos sociales se ven imposibilitados de realizar, en la dimensión que podrían hacerlo, para proyectarse definitivamente como los protagonistas fundamentales del FSM.

Para los que piensan que el fin del Foro Social Mundial es el intercambio de experiencias deben estar contentos. Para los que llegaron angustiados con la necesidad de respuestas urgentes a los grandes problemas que el mundo enfrenta, quedó la frustración, el sentimiento de que la forma actual del FSM está agotada, que si el FSM no se quiere diluir en la intrascendencia, tiene que cambiar de forma y pasar la dirección para los movimientos sociales.

Sorprendente la cantidad y la diversidad de origen de los participantes, notables las participaciones de los movimientos indígenas y de los jóvenes en particular; el momento más importante de FSM la presencia del los presidentes – cuyas políticas deberían haber sido objeto de exposición y debate con los movimientos sociales de manera mucho más amplia y profunda. Triste que todo ese caudal no fuese oído, ni siquiera por Internet; con respecto del FSM, las dos formas de funcionamiento, de su continuidad – otro síntoma de envilecimiento de las conducciones burocráticas dadas al FSM. En el día siguiente de finalizar el FSM, se reunió en Consejo Internacional, de manera fría y desconectada de lo que fue efectivamente el FSM, en que cada uno – sea una ONGs desconocida o un importante movimiento social – tenía derecho a dos minutos para intervenir.

El “Otro mundo posible” está bien, gracias. Enfrenta enormes desafíos ante los efectos de la crisis, gestada en el centro del capitalismo y para la cual se defienden bastante mejor los países que participan de los procesos de integración regional de los que firmaron los Tratados de Libre Comercio. Enfrentan la hegemonía del capital financiero, la reorganización de la derecha en la región, que tiene en el monopolio de los medios privados a su dirección política e ideológica. Pero avanza y debe extenderse, siempre en América Latina, en el Salvador, con la probable victoria de Mauricio Funes, candidato favorito, del Frente Farabundo Martí a la presidencia, el 15 de marzo próximo.

Ya no se puede decir lo mismo del FSM, que parece girar en falso, no colocarse a la altura de la construcción de alternativas con que se enfrentan los gobiernos latinoamericanos y la lucha de otras fuerzas para pasar de la resistencia a la disputa hegemónica. Para eso las ONGs y sus representantes tienen, definitivamente, que tener un papel menos protagónico en el FSM, dejando que los movimientos sociales den la tónica. Que nunca más existan conferencias como aquella de Belém. Que nunca más ONGs se pronuncien en nombre del FSM, que los movimientos sociales -– se trata de un Foro Social Mundial – asuman la dirección formal y real del FSM, para que la lucha antineoliberal trille los caminos de la lucha efectiva por “otro mundo posible”, donde América Latina es la cuna privilegiada.

LOS CICLOS DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Raúl Zibechi. Periodista uruguayo. Página/12. Rebelión. Los foros sociales mundiales, regionales y nacionales nacieron en un período de ascenso de las luchas sociales contra la primera fase del modelo neoliberal, como forma de establecer relaciones no jerárquicas ni centralizadas entre los más diversos movimientos del mundo. En buena medida sus éxitos se debieron a que, a diferencia de los movimientos antisistémicos del período anterior, no reprodujeron algunos de sus errores y afirmaron su autonomía de los partidos de izquierda y de los gobiernos progresistas, aunque mantengan fluidas relaciones con ellos.

Naturalmente, luego del ascenso vino el declive de la actividad pública de los movimientos, que se enfrentaron con escenarios políticos mucho más complejos en los que no siempre acertaron a ubicarse. En poco tiempo dejaron de ocupar, como en la década anterior, un lugar central en el tablero político. La llegada a los gobiernos de una camada de fuerzas y presidentes progresistas y de izquierda, gracias a la oleada de movilizaciones y resistencias que deslegitimaron el modelo neoliberal, contribuyó a desplazarlos del lugar que habían jugado en los ’90. Como se señaló repetidamente en el reciente Foro Social Mundial en Belém, el papel de los movimientos fue y seguirá siendo relevante desde el punto de vista del cambio social, pese a que una buena parte de ellos hayan sido cooptados. Sin embargo, sería poco responsable culpar de ello sólo a una de las partes, ya que en el seno de los movimientos las tendencias a la subordinación han desplazado, en no pocos casos, las tendencias a la autonomía. Este debería ser uno de los ejes de los debates en el período actual.

El problema mayor que atraviesa el continente está, sin embargo, en otro lugar. Sería demasiado simplista asegurar que el neoliberalismo es cosa del pasado por el solo hecho de que el aparato estatal sea gestionado por fuerzas que enarbolan un discurso antineoliberal. El modelo inspirado en el Consenso de Washington, pese a la profunda crisis en curso y a la erosión de su credibilidad, está lejos de haber desaparecido. Luego de una primera fase anclada en las privatizaciones, la apertura de las economías y un conjunto de desregulaciones que redundaron en un debilitamiento del Estado, fue creciendo hasta hacerse hegemónica una segunda fase basada en la minería a cielo abierto, los monocultivos de soja y caña de azúcar para biocombustibles y el complejo forestación-celulosa.

Este tipo de emprendimientos muestra la hegemonía del capital financiero en el control de los recursos y bienes comunes, de tal magnitud que están rediseñando de arriba abajo las economías sudamericanas. Mientras la primera fase del modelo fue piloteada por gobiernos conservadores como los de Fernando Henrique Cardoso y Carlos Menem, esta segunda fase la comandan los gobiernos progresistas, lo que induce a confusión a numerosos analistas que se focalizan en el discurso de los gobernantes. Pero los movimientos no se han dejado seducir por los argumentos que hablan de un “posneoliberalismo”. El MST de Brasil asegura una y otra vez que el agronegocio creció como nunca bajo el gobierno de Lula, desplazando a la agricultura familiar y expandiendo la frontera agrícola al punto de poner en peligro la sobrevivencia de la Amazonia.

En segundo lugar, se suelen omitir las contradicciones existentes aquí y ahora entre los gobiernos progresistas y los movimientos sociales. Por debajo del discurso de Rafael Correa, en Ecuador se despliega una durísima batalla de los movimientos indígenas contra la minería a cielo abierto apoyada con entusiasmo por los mismos que hablan de “socialismo del siglo XXI”. La huelga y movilización del 20 de enero para impedir la aprobación de la Ley Minera se saldó con decenas de heridos y detenidos en el marco de una represión no muy diferente de la que ejercían gobiernos anteriores. La compacta defensa de Correa de una actividad como la minera, que es punta de lanza del neoliberalismo actual, pone en negro sobre blanco los límites del progresismo de la región.

La debilidad por la que atraviesan los movimientos no permite concluir que ahora sean los gobiernos la punta de lanza contra el neoliberalismo o los hacedores del cambio social. Es cierto que el progresismo ha reforzado el papel del Estado en la economía, frenó las privatizaciones cuando ya queda poco por privatizar, promueve políticas sociales más ambiciosas y busca regular algunos aspectos de la actividad económica. Pero en modo alguno puede decirse que se esté procesando una ruptura con el modelo, quizá con la excepción de Bolivia. Pese a estos cambios, la “acumulación por desposesión”, que es el núcleo del neoliberalismo, sigue intacta como lo demuestran la creciente concentración de riqueza y la depredación del medio ambiente. Será imposible salir del modelo sin mediar una profunda crisis política, ya que las fuerzas interesadas en mantenerlo han acumulado mucho poder material y mediático y cuentan con amplios apoyos sociales que abarcan capas nada despreciables de los asalariados.

En los períodos de repliegue de la movilización social suelen tejerse en la sombra los lazos de las futuras acciones que conformarán nuevos ciclos de lucha. Así sucedió en los oscuros primeros años de la década de 1990, y es muy probable que ahora esté sucediendo algo similar. Cuando la acción social vuelva a desplegarse con todo su vigor, serán los gobernantes progresistas los que deberán tomar su lugar de un lado u otro de las barricadas. Porque en el próximo ciclo de luchas serán, en buena medida, el blanco de la actividad de los movimientos sociales.

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