sábado, 13 de diciembre de 2008

OBAMA, ROSA PARK Y MARIA MAGDALENA


Comparto este simpático, pero no por ello, superficial artículo que publicara la agencia de noticias KOEYU LATINOAMERICANO, que intenta sintetizar, sin perder el hilo de la historia, sin desconocer la terca realidad norteamericana y su nefasto pasado, una extensa y esperanzadora expectativa sobre la gestión del próximo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, tanto dentro de su país, como en la absoluta mayoría de las naciones del planeta.
La comparación de Obama con un ungüento curalotodo de las sagradas escrituras del cristianismo, puede explicar para este país, como en otras latitudes, la confianza, a veces excesiva depositada en determinadas personas para que dirijan los destinos de toda una nación, en este caso, de la nación más poderosa del planeta, que con todo y crisis, por su propio peso seguirá siendo y aún en el ocaso, por mucho tiempo más la primera economía mundial.
Presionado a consensuar hastío por la violencia, corrupción y engaños luego de varias gestiones belicistas republicanas, así como soportar sobre sus hombros una de las peores crisis financieras que esta vez tiene como epicentro su propio territorio, al parecer, por un momento a los ciudadanos y ciudadanas de dicho país, les cupo entender que su enemigo no venía ni vino nunca de afuera, sino de sus propias entrañas, por ellos mismos construida, realidad durante demasiado tiempo por ellos mismos negada. En la foto, la señora Rosa Park, en un colectivo, orígen de su lucha antisegregacionista, Detroit, Estados Unidos.
Disfruten, Federico Tatter.

EL UNGÜENTO DE LA MAGDALENA(٭)

Jorge Gómez Barata. ENVIADO POR KOEYU LATINOAMERICANO.
Las personas son optimistas no sólo porque tengan razones para ello sino porque lo quieren y lo necesitan. El optimismo, cuando es justificado y verosímil es como un bálsamo, una especie de “Ungüento de la Magdalena”.
Semejante concepción es parte de una corriente del pensamiento avanzado, básicamente de la izquierda ilustrada, conocida como “optimismo histórico”, ponente de la idea de que la humanidad progresa inevitablemente, enfoque opuesto al fatalismo geográfico y al darwinismo social.
El primer presidente negro de Estados Unidos, tercero más joven (después de Theodere Roosevelt que asumió la presidencia con 43 años y Kennedy con 44) y el tercer afro americano en llegar al Senado (2004), en el cual sirvió apenas dos años, es el hombre de menos experiencia política elegido para conducir a los Estados Unidos.
En este caso la carencia deviene virtud. La poca experiencia, significa mínimos de contaminación con la práctica política estadounidense, fuertemente matizada por tendencias al tráfico de influencias y al lobby asalariado, fenómenos que sobrecargan a los políticos de ese país con enormes compromisos, a tal grado que hay quienes sostienen que los mandatarios son allí empleados de la élite empresarial, constituida en virtual poder detrás del trono.
Excepto por las contribuciones recibidas para su campaña, Obama no parece cargar con tales rémoras. No se trata como en el caso de Kennedy del hijo de un poderoso clan, afortunado heredero de glorias paternas, tampoco es el héroe de una guerra, por cierto librada en Cuba, como Theodore Roosevelt, y mucho menos una criatura de baja catadura como Nixon cuyo oscuro pasado se remonta a la era del mckarthysmo, cuando se destacó por su diligencia en las persecuciones ideológicas del tristemente celebre Comité de Actividades Antinorteamericanas.
De alguna manera, Obama es el primero en llegar a la Casa Blanca como resultado de luchas populares seculares. Dígase lo que se diga, su espectacular ascenso no hubiera sido posible sin la integridad de Rosa Park, la predica y la capacidad de movilización social de Martí Luther King, la determinación de Malcon X, la capacidad para soportar humillaciones de los soldados que pelearon en dos guerras mundiales y los deportistas que defendieron la bandera de una Nación que los despreciaba.
Su origen y su historia, comenzada como un trabajador social y el modo claro, directo y eficaz como expone su pensamiento, son como el anuncio del fin de una era en la que, experiencias como el magnicidio de Kennedy, (nunca aclarado), la Guerra de Vietnam, basada en la fabricación del incidente del golfo de Tonkin, la inmundicia revuelta por Watergate y los 24 años de gobiernos republicanos que desprestigiaron la política Norteamérica que, con Bush, ha llegado a ser abyecta.
En Obama confían los sectores mayoritarios de la sociedad norteamericana: los más jóvenes, los menos reaccionarios y conservadores. Por el apuestan los negros y los hispanos, los pobres y la clase media, los emigrantes, legales e ilegales. En el nuevo presidente confían los que han perdido el empleo, aquellos que pueden quedar sin hogar, los enfermos que carecen de seguros de salud y los que no tienen como enviar sus hijos a las universidades. Entre quienes lo prefirieron están las madres que quieren a sus hijos en casa.
En el extranjero simpatizan con Obama los que desean la paz y los que opinan que los esfuerzos por fortalecer la seguridad internacional y la lucha contra el terrorismo deberán conducirse sin acudir a la violencia extrema, injustificada e irracional y para él miran quienes quisieran un cambio de la política norteamericana hacía el Tercer Mundo y aspiran a que Estados Unidos se sume a los esfuerzos contra la pobreza y el hambre y los que defienden el derecho de los pueblos y las naciones a la autodeterminación.
Muchos líderes y gobernantes dicen sentirse más cómodos ante la expectativa de trabajar con el nuevo presidente y se alegran no sólo de haber salido de Bush sino de que no fuera sustituido por uno de su misma ralea.
De Obama esperan algo quienes conocen y respetan el papel de los líderes y han visto hombres surgidos de las entrañas de sus pueblos esforzarse al máximo, desarrollar una gran capacidad de convocatoria, poner al servicio de una causa su capacidad y su talento y empujar la historia hacía adelante. Esos hombres existen.
La realidad es terca e impredecible y en ella no necesariamente se confirman los mejores deseos. En definitiva Obama es ahora el jefe de un imperio, la cabeza visible del país que encabeza la reacción mundial y el hecho de ser el hombre más poderoso del planeta no lo habilita para contener las oscuras fuerzas que en su país y en la arena internacional bogan en sentido inverso.
Si bien los 44 presidentes (43 en realidad porque uno de ellos, Grover Cleveland, se hizo elegir dos veces en períodos no sucesivos) ofrecen abundante material para el escepticismo y razones para la duda, hubo sonadas excepciones.
Es verdad que los seis primeros presidentes norteamericanos, incluyendo prohombres como Washington, Jefferson, Madison, entre otros eran dueños de esclavos y que uno de ellos, Andrew Jackson organizó la terrible “Caravana de las lagrimas” que obligó a los pueblos originarios a atravesar casi un continente para ser encerrados en reservaciones indígenas, también hubo uno llamado Lincoln que pagó con su vida la voluntad de poner fin a la esclavitud.
Obama, cuya historia está todavía por escribirse, puede no justificar las esperanzas puestas en él y el optimismo de muchos puede disolverse. La vida puede darle la razón a los que tienen buenos argumentos para no creer, incluso a los agoreros que esperan lo peor. Por lo pronto, con la esperanza de no equivocarme otra vez, mientras los hechos no demuestren lo contrario y la decepción no venza el optimismo, me inclino por otorgarle el beneficio de la duda.
(*) Según los evangelios; cierta vez, Magdalena, una entre los discípulos de Cristo, se arrojó ante Él, enjugó con sus cabellos los pies del Señor y los ungió con ungüentos perfumados. Mi padre usaba la expresión “Ungüento de la Magdalena” en el sentido de un curalotodo.

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