Por Sandra Russo. PAGINA 12. ARGENTINA. Justo cuando parecía que la coyuntura se comía todo el presente y que en la agenda argentina lo más importante era saber si la clase media va a consumir lo suficiente como para que las grandes empresas no eliminen puestos de trabajo, la Cámara de Casación puso su regalito en el árbol. Del árbol de Navidad de la Cámara no cuelgan ángeles ni pelotitas doradas. Cuelgan desaparecidos.
No deja de ser escalofriante lo que somos, todavía. Y lo que somos todavía obliga a poner al Poder Judicial en primer plano, algo que todavía no se ha hecho. El Ejecutivo y el Legislativo son diariamente interpelados por la opinión pública. El Judicial, en cambio, se cierra sobre sí mismo, agazapándose tras la majestad de la justicia. Pero esa majestad recae sobre la Justicia en sí, no en los jueces, que son humanos, falibles, tienen ideología, puntos de vista y a veces hasta la pretensión de generar irritación política.
Y una vez más los desaparecidos siguen desapareciendo. Y hay que recordarle a la Justicia que los desaparecidos siguen desapareciendo, que nunca dejarán de hacerlo, que Jorge Julio López también sigue desapareciendo, acoplado a destiempo a los miles y miles. Mientras la sociedad está pendiente del violador de Recoleta y mientras la derecha fogonea con la inseguridad, un gesto judicial obsceno casi pone en la calle a la patota que se jactó de los vuelos de la muerte. Están probados. Los cuerpos de las Madres y las monjas francesas secuestradas, torturadas y asesinadas por Astiz, Acosta y los otros, que aparecieron enterrados en el cementerio de Lavalle, cerca de Santa Teresita, fueron la evidencia de que los prisioneros de la ESMA eran dopados y arrojados al mar. Los cuerpos de esas víctimas aparecieron flotando en las costas hace muchos años, y las autoridades locales los enterraron allí como NN. Hace tres años los antropólogos forenses identificaron a esas víctimas y les devolvieron su identidad y su historia.
La figura del desaparecido, sobre cuya no-entidad se expresó alguna vez casi exultante Jorge Rafael Videla, es de un cinismo criminal tan fuerte que es incomprensible cómo la Justicia tiene el mal tino de salteársela. La propia Cámara de Casación debería haberse echado parte de la responsabilidad sobre sus hombros por sus prolongadas dilaciones, por los cuatro años en que no hizo avanzar los juicios. El Poder Judicial, que durante la dictadura no vio, no escuchó, no falló ni hizo justicia al respecto, tiene agujeros negros. Agujeros llenos de mugre vieja. Están drenando.
Hemos pronunciado tanto la palabra “desaparecido” que a veces nos suena repetitiva, antigua, machacada. Habrá que oponerle a ese sonar neutralizado, una vez más, la vida arrancada que esa palabra encubre. Ese plus de sadismo, ese condimento patológico que impregnó diez años de la historia argentina y que dejó salir lo putrefacto que hay entre nosotros.
Un desaparecido no deja de desaparecer. Así lo han padecido los familiares. Es una muerte sin conclusión. Una muerte cuyo duelo no es posible. Una muerte sin responsables. Una treta cobarde para no rendir cuentas. Con el argumento hipócritamente garantista de la Cámara de Casación, que el juez Fayt hizo propia, la Justicia accede a jugar el juego de los homicidas, como si se tratara de cualquiera de los miles de procesados que esperan su sentencia. Estos no son cualquiera. Para que éstos estén presos hubo una lucha que duró décadas, y cuyos protagonistas se han trazado la línea de la dignidad: llevarlos a la Justicia, ofrecerles juicios justos, el derecho a defensa sobre el que ellos mismos defecaron cuando tuvieron el poder de las armas y el poder político concentrado, y decidieron por la vida y la muerte de tanta gente.
No puede quedar libre quien todavía sigue cometiendo día tras día el mismo delito. Nunca dijeron qué hicieron con los prisioneros. Nunca colaboraron. Nunca confesaron sus crímenes. En los casos en los que se llegó al juicio oral, hemos visto y escuchado que volverían a hacerlo. No hace falta. Lo siguen haciendo. Cada vida que segaron y cada cuerpo del que se deshicieron sigue hundiéndose en el agua, sigue sin poder hablar, sigue acusándolos. Si uno afina el oído, se escucha. La Justicia debe ser ciega, no sorda.
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